lunes, 28 de septiembre de 2009

Ante el divorcio ¿Cómo pueden llegarse a sentir los hijos?

Inseguridad Personal

“El elemento más importante en la formación de la estructura de base de la personalidad de un niño es el concepto de sí mismo, es decir la imagen mental que tiene de su persona… Su comportamiento depende de los esquemas mentales que lo guían, el más importante es el concepto de sí mismo”.

Para un niño, el mundo son sus padres, ellos son todo lo que tiene. Si uno de los padres desaparece, el niño puede incorporar conductas regresivas y sentirse sumamente angustiado no sólo por lo que le signifique en su cotidianeidad (actualmente cuando se divorcian el 73% de las mujeres, que quedan a cargo de sus hijos, desciende en su nivel de vida), sino también por sentirse más vulnerable ante el mundo. Esto, tendrá que ser contrarrestado por el padre que permanece a su lado, quién lo rodeará de cariño y comprensión, procurando que su entorno sea lo más edificante posible.

Sentimientos de culpa

Pueden presentarse sentimientos de culpa, por ser “un niño malo” y haber provocado la separación. Esto para los chicos es terrible. Los adultos hemos aprendido que el mundo no es blanco o negro, que las personas no se dividen en malas y buenas. Pero para un niño, en el mundo sólo están los buenos y los malos, los buenos son los que lo quieren y le traen caramelos, o le sonríen, o lo llevan al parque y los malos son todos aquellos que se portan mal o que hacen daño y que nadie los quiere.

El ser bueno y el querer van juntos, por lo tanto si a él no lo quieren, si se alejan de él, es porque él es malo. Esto genera en el niño reacciones varias, desde la tristeza y la melancolía hasta la agresión y la violencia. Algunos, tímidos y temerosos del exterior se encerrarán en sí mismos y otros, extrovertidos y temerosos se desquitarán con el mundo manifestando conductas agresivas.

Problemas de conducta

Se dice que parte del rol del padre es transmitir la ley e introducir al niño en el mundo exterior, pues si bien esto no hay que tomarlo al pie de la letra. Sin embargo, la madre también puede ser quien la transmita, pero en el caso de madres solteras suele ser difícil cumplir con todas las funciones. De hecho, a veces, ni estando los dos padres pueden, aunque el padre y la madre son los dos rieles sobre los que avanza el niño. Un riel no puede reemplazar al otro, pero entre los dos aseguran la dirección del tren.

* Adaptado del Libro Ser padres en el tercer milenio de Jorge Luis Ferrari (2007). Capítulo IV

Madres: antes y después

“Pater mincertum, mater certissima”
(“padre incierto, madre segurísima”)


Si hay algo que ha preocupado durante milenios al macho de la especie humana, al punto de predisponerlo a tomar una serie de medidas legales, culturales, religiosas y sociales, ha sido el temor de no ser el padre de sus hijos.

Los griegos y los romanos, así como las religiones judeo - cristianas, entre otras, dieron total autoridad al padre sobre su esposa e hijos. Esto fue cambiando y en las últimas centurias en las que dicha autoridad se fue moderando hasta que en el siglo pasado quedó definitivamente cuestionada.
Ahora bien, se dan casos en los que existen padres que parecen que no tienen autoridad sobre su familia, y es que en necesario que la autoridad moral se la gane en base a dedicación y cariño, y no en base a leyes y costumbres – como las de antaño - que ponían en una línea a Dios, al rey y al padre, siendo este último el representante de los dos primeros. Pudiendo y debiendo castigar, aún con la muerte o el encierro, cualquier desobediencia.

Durante los primeros milenios de la civilización, abandonar a los hijos era una práctica común y la mortalidad infantil llegaba a índices muy altos. Los hijos, en aquellos tiempos, eran más bien una carga que muchos padres preferían entregar a las órdenes religiosas o a alguna familia pudiente, hasta que aparecieron los orfanatos, allí crecieron los que no murieron de hambre, frío o enfermedades que hacían fácil presea de esos niños.

Hasta el siglo XVIII para los bebés era más frecuente morir que vivir, esto fue cambiando rápidamente en los dos últimos siglos debido a ciertos avances en la higiene en la medicina y salubridad con la extensión de las redes de alcantarillado y redes de agua potable, así como también con la convocatoria a las madres que hizo Jean Jacques Rousseau en 1762.

Rousseau viendo la cantidad de niños que morían abandonados o que sufrían en manos nodrizas, proclamó a los cuatro vientos que las madres deberían permanecer al lado de sus hijos para amamantarlos y cuidarlos. No fue el único que habló y escribió sobre ese tema, pero fue el que más repercusión tuvo. Lo hizo como filósofo y como padre de varios hijos, a los que según parece, él mismo dejó al cuidado de la madre.

Si bien el mensaje tardó en llegar, poco a poco fue ganando adeptos. En realidad, era muy conveniente para todos. A la mujer le daba una misión clara y precisa sobre qué hacer en la vida: cuidar sus hijos. Incluso con ésta tarea hasta podía descuidar al marido.

El Estado solucionó de manera económica un problema que crecía diariamente: la enorme tasa de mortalidad infantil y los bajos índices de crecimiento poblacional que debilitaba a las nacientes naciones, las cuales necesitaban soldados para sus ejércitos y colonizadores para extender sus dominios en el mundo.

El padre quedó satisfecho por tener alguien de la familia que se encargue de su progenie, a menor precio y con mucho más cariño que las nodrizas. Esto constituyó, además, una manera de retener a la mujer en su casa. Si atender a los chicos implicaba que lo desatendiera e n algunas cosas a él no le importaba mucho. Además, le era fácil conseguir quién lo atendiera fuera – se dio una gran proliferación de prostíbulos durante los siglo XVIII y XIX.

Así salimos del siglo XVIII y atravesamos todo el siglo XIX, durante el cual la madre se hizo progresivamente cargo de sus hijos. Poco a poco se hizo menos frecuente abandonarlos o enviarlos con nodrizas que los criaran. El padre tenía autoridad absoluta sobre su esposa y sus hijos, pero de éstos no se ocupaba de manera directa ni cercana, al menos mientras los niños fueran pequeños.

Poco a poco, a partir de las medallas ganadas al lado de la cuna, la mujer fue subiendo su prestigio dentro de la sociedad. Ellas, que en algunas culturas eran igualadas con los animales o con los niños, que en muchos lados eran compradas y vendidas y cuya muerte o desaparición se consideraba menos preocupante que la de una vaca o de una yegua, se convirtieron progresivamente en el centro de la familia y de la sociedad.

Mientras más machista y patriarcal era una sociedad más veneraba a la madre. Toda la familia empezó a girar en torno a ella, las leyes la promovieron y protegieron, ante su palabra el hombre retrocedió y cual niño frente a su madre, fue cediendo autoridad, presencia y bienes.

Las mujeres ganaron un espacio diferente en el mundo y reclamaron ser tratadas en pie de igualdad. Curiosamente los movimientos feministas, que surgen el siglo pasado, renegaban de la posición de la mujer en el hogar a cargo de sus hijos. Sólo algunas fueron conscientes de que esa había sido la llave que le abrió la puerta del nuevo mundo: ser dueñas de los hijos las hizo indirectamente, dueñas de su propio destino.

Tras Rousseau, todas las ciencias de la salud argumentaron a favor de la madre como cuidadora de los hijos, aparecieron centenares de libros de puericultura con consejos y recomendaciones para las madres.

Desde el Estado, desde las religiones, desde la escuela (“mi mamá me mima, papá trabaja”), desde los consultorios médicos y desde el diván del psicoanalista, todos al unísono enviaron a la madre al lado de la cuna, de donde sólo podría salir minutos antes de convertirse en abuela y…sin alejarse mucho “porque se es madre para toda la vida”.

Ante esto, se inventó una herramienta tan eficaz como poco científica: “el instinto materno”. Las madres debían quedarse a cuidar a los hijos porque la naturaleza o Dios, las había dotado de un “instinto especial” para adaptarse a las necesidades de los niños. Fue la misma ciencia que en su intento de alejarnos de los animales, tras reconocer que en el ser humano no se puede hablar tan livianamente de instintos, suplantó ese concepto por el del “amor materno”; quién lo iba a negar, oponerse era levantarse contra su propia madre.

Y allí quedaron las mujeres encerradas en su casa cuidando a sus hijos, en silencio tratando de escuchar la voz de la naturaleza o de Dios, que les dijera qué hacer con su recién nacido. Por suerte, la voz de la experiencia, a través de sus madres y hermanas mayores o vecinas, la ayudaron un poco hasta que nació la puericultura, los neonatólogos y los pediatras. Estos últimos fueron los primeros en dudar del “instinto materno” a juzgar por la cantidad de visitas y llamadas telefónicas que le hacían las madres primerizas.

Los miedos y estados depresivos, que suelen tener las madres luego del nacimiento de su primer hijo, tampoco hablan muy a favor del “instinto materno”, ellos expresan más bien el sano temor de una persona frente a una responsabilidad para la cual no hay preparación alguna y frente a la cual la sociedad, incluido su marido, la suelen dejar sola en aras de que el “instinto” le dirá qué hacer. Por suerte estos conocimientos, a través de cursos, revistas, libros, películas y programas de radio y TV, hoy están al alcance de cualquiera.

* Adaptado del Libro Ser padres en el tercer milenio de Jorge Luis Ferrari (2007). Capítulo I

lunes, 21 de septiembre de 2009

Diferentes, pero padres por igual

“Mientras que la madre lleva a su hijo en el vientre,
el padre lo lleva en la cabeza”

Como todos sabemos, hay pruebas irrefutables sobre las diferencias entre la mujer y el hombre, por lo que las formas de aproximarse a sus hijos/as serán diferentes también, aunque e sto no signifique que para un bebé la mujer sea todo y el varón nada.

Ciertamente, el varón no está físicamente equipado para amamantar al bebé, pero es capaz de ofrecerle todo “lo demás” - el afecto, la comunicación, los cuidados, el tiempo, la dedicación, el interés – para reforzar su desarrollo global (social, afectivo, cognitivo, físico, etc.).

Ahora bien, el bebé para crecer adecuadamente necesita no sólo ser nutrido con leche y afecto, sino también de diferencias. La voz de la madre se enriquece si al lado el bebé escucha la voz del padre. La matriz de base del niño gana, no sólo por grabar dos voces en vez de una, sino también por registrar las diferencias entre una y otra. Lo mismo sucede con el contacto corporal, dos pieles distintas, olores y calores diferentes, dos tratos, dos formas de mecer, etc. y se enriquece además por ser capaz de apreciar, querer y necesitar a las dos personas. Sentir desde la cuna que lo diferente es necesario y querido, resulta la mejor preparación para desenvolverse luego en el mundo exterior.

Aparentemente las mujeres tienen una mayor sensibilidad para sentir lo que le pasa a su bebé, escucharlo de lejos cuando llora o hasta presentir a distancia cuando algo le sucede, sensibilidad que puede estar relacionada con condicionamientos culturales y características personales. Pero, también es cierto que hay muchos hombres, que habiendo estado junto a sus hijos desde el principio, poseen también esa sensibilidad especial.

Los hombres poseedores de ésta hipersensibilidad que les permite cuidar satisfactoriamente a sus bebés están aumentando de manera inversamente proporcional a la disminución de la distancia que ponen entre los bebés y ellos. Si los papás se quedan cerca del vientre de la mamá y luego toman parte en el cuidado del recién nacido, seguramente lo escucharán y éste les sonreirá igual que a la madre, pero hay que darle tiempo y oportunidad al bebé de que lo seduzca y esto a la distancia no funciona.

Es innegable la capacidad del bebé para establecer vínculos afectivos con quien le brinde los cuidados necesarios, sea la madre, el padre o cualquier otro adulto, lo que es vital para el niño es el contacto con otro humano y que éste cuide de él. Si en vez de la madre biológica, es una madre adoptiva, el padre o la abuela, no tiene la menor consecuencia en el corto y mediano plazo, siempre y cuando el vínculo se establezca desde un principio, es decir, desde antes de la concepción, de manera constante.

Es probable que los padres sean las mejores personas para hacerse cargo de sus bebés, ya que, si bien, el famoso llamado de la sangre no ha podido hasta ahora ser demostrado científicamente, es seguro que a nivel de las representaciones mentales de ser padre - es decir, que uno piense y crea que tal niño es su hijo - tiene un peso y un determinismo absoluto, se tenga o no un correlato biológico. Ante esto, se puede afirmar que la paternidad se juega a nivel de la vida psíquica del sujeto. El hombre además de “creerse” padre, debe “querer ser” padre, porque si no quiere, se auto-convencerá de que él no es el padre y pondrá todo tipo de barreras para no hacerse cargo de su paternidad.

Entonces, puede que para el recién nacido no sea muy relevante qué persona lo cuide - sus padres o unos vecinos -, pero indudablemente para los adultos no es los mismo hacerse cargo de quien vemos como hijo nuestro, que hacernos cargo del hijo de otro, ya que el lazo que une a los padres con sus hijos es de una calidad fantásticamente superior a la simple ternura o preocupación que uno puede sentir por un niño que no tiene quien lo cuide.

La paternidad dura toda la vida y está cargada de toda una energía que es incomparable a otros vínculos que el niño pueda establecer, resaltando que esto es válido, tanto para el padre como para la madre, y no sólo para esta última.

*Adaptado del Libro Ser padres en el tercer milenio de Jorge Luis Ferrari (2007). Capítulo I

Nos divorciamos!!!!..... ¿Y los chicos?

Sin duda, y por las causas o factores que fueran, la sociedad va hacia un incremento de hijos con padres separados, nacidos fuera del matrimonio o fuera de una relación de pareja.

Frente a esta situación de “fragilidad” o ruptura de la pareja, se hace sumamente necesario fortalecer el vínculo con los hijos en tanto padres, es decir, ser capaces de generar una “área protegida” alrededor de los niños con el objetivo de fortalecer un desarrollo – físico, emocional, social, etc. – adecuado.

Cuando tratamos una situación de divorcio en el que existen hijos involucrados, se puede resaltar un nuevo concepto introducido por Dominique Fuillot, en la Conferencia de Familia realizada en Paris, el 12 de junio de 1998, el cual plantea que de bemos hablar de “familias con un solo padre en el hogar” y no de familias monoparentales porque, salvo en el caso de viudez de alguno de los padres, los chicos continúan teniendo una relación, tanto concreta como simbólica, con ambos padres, más allá de que vivan sólo con uno, que al otro lo vean poco o no lo vean nunca.

Los chicos continúan “teniendo” a su papá y a su mamá, al margen de las vicisitudes del amor de sus padres y de quien posea la “tenencia”. Es dañino que en pro de una supuesta independencia o de un ficticio equilibrio por cualquiera de ambos padres, se intente podar la mitad de las raíces del niño.

En algunos casos, puede que el progenitor al que se le haya otorgado la tenencia de los hijos se aferre a ellos por una serie de creencias: porque después de él/ella, sus hijos no van a encontrar apoyo en otra persona, porque puede llegar a sentir que sus hijos representan los únicos vínculos que le quedan después del divorcio, etc. Ante esto, el progenitor puede hacer lo posible, y llegar a hacer lo imposible, por ser considerado “bueno” por sus hijos.

Sin embargo, el progenitor puede sentirse tan solo y perdido que, en su afán de aferrarse a algo, crea vínculos muy fuertes con sus hijos, aun estando débil. Así, los hijos son criados en un mundo unidimensional, donde sólo está la opinión, la versión, las fantasías y los fantasmas del progenitor.

Como refuerzo de esta situación particular, tenemos que las exigencias de la vida moderna, las distancias y los horarios de trabajo, pueden hacer que el progenitor no pase mucho tiempo con el niño y que cuando tengan encuentros, el progenitor tenga dificultades a la hora de impartir disciplina.

Cuando los hijos son pequeños, el problema de los límites puede reflejarse en no llevar un horario para dormir, tomar la mamadera y usar pañales hasta edades impensables, rabietas, etc. Cuando llega a la edad de la adolescencia los problemas suelen multiplicarse, ya que nos encontramos con chicos/as consentidos/as que se enfrentan a un mundo poco propicio para aceptar caprichos o desobediencias.

Por otro lado, nos encontramos con un progenitor que no quiere aparecer como “malo”, por lo que le justifica hasta lo injustificable a los hijos. Peor aún si ronda el “fantasma” del otro progenitor y existe la posibilidad que, enojados los hijos amenacen con irse con el otro padre. Aquí, los chicos aprovechan su posición y no dejan de presionar esta situación (eso también puede darse en hogares donde el padre está presente pero que siempre fue dejado afuera) convirtiéndose en verdaderos dictadores de la casa, con progenitores absolutamente sumisos que a su vez intervienen e interfirieren en la posibilidad de que su hijo tenga vida propia.

Son hogares endógenos, en donde suelen vivir hacia dentro, ya que el mundo exterior es visto como agresivo y amenazante. Sufren el afuera y disfrutan el adentro, la casa se transforma en un enorme “vientre materno”, en donde al igual que en el embarazo un solo progenitor lo carga la inter-dependencia puede ser total. Los “dolores de parto”, si este algún día se produce, esta vez serán sin anestesia.

Felizmente, esta compleja e inadecuada situación puede ser evitada siempre y cuando se considere que es responsabilidad de ambos padres conversar civilizadamente sobre el tema de la disciplina, las normas de convivencia y los límites que ambos compartirán e impartirán a sus hijos.

Tal vez, no existe receta mágica para esto, únicamente tomaremos conciencia que no hay roles, obligaciones y/o responsabilidades absolutamente definidas y que cada pareja de padres tiene que determinarlas, ya que si esto no se da pueden haber funciones en relación a la crianza de los hijos que ninguno de los padres cumpla porque esperan que las cumpla el otro o porque se la delegan de manera expresa o tácita a terceros.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Yo lo puedo criar sola

“Hacer un hijo es fácil, lo difícil es hacer un hombre”

En nuestra sociedad, la mayoría de madres que crían solas a sus hijos, no lo decidieron así por propia voluntad. Algunas de ellas probablemente habrán hecho lo indecible para que el padre se quede o que al menos conserve la relación con sus hijos. Otras tienen al padre de sus hijos en casa, pero no logran interesarlo por ellos. Y todas tratan de contrarrestar éstas ausencias de la mejor manera posible.

Sin embargo, desde hace unos años la maternidad ha tomado un nuevo enfoque para las mujeres, ya que en algunos casos toman la decisión de tener un hijo “solas”. Diferentes autores comentan que en la base de esta decisión se encuentra desde la soledad o el miedo a la soledad, el deseo de tener algo propio, la idea – más o menos consciente – de que la mujer no es completa si no es madre, hasta el aburrimiento o el cansancio de una vida con muchas frustraciones.

¿Hoy en día se podría hablar de una “moda” de criar sola al hijo con el fin de demostrar valentía y autosuficiencia? Nadie duda de la fuerza y capacidad de las mujeres, al contrario, es de admirar su tenacidad, su voluntad y su constancia, pero ¿qué se pierde sin la presencia de un padre? Posiblemente los hijos actúen de manera agresiva o rebelde, dejando entre ver cierta melancolía. En estos casos, como en tantos otros en que se producen ausencias, el ser humano y los niños en especial idealizan al ausente, dotándolo de todas las características positivas que desean y lo hacen vivir en su imaginación.

Muchas mujeres han criado solas a sus hijos y casi todas pueden fungir de ejemplos de sacrificio y amor. Pero tomando una mirada amplia de esta situación, constituyen ejemplos no tan ideales a imitar, porque suelen ser hogares con mucha angustia o dolor, en donde la pérdida del marido o del varón puede no sentirse tanto, como la ausencia del padre para los niños.

En algunos casos, “criarlos sola”, esconde dejarle el o los hijos, a los padres de la madre (abuelos maternos) y continuar llevando una vida cómoda en el seno de su familia, le rinde más el poco o mucho dinero que gana, puede hacer prácticamente una vida de soltera, tiene con quien dejar a los chicos y goza de total independencia. Para el adulto, sea la madre o el padre, es la situación ideal, pero para los niños es confuso, cuando no dañino, sobre todo si trae aparejada la desaparición del otro progenitor. Para los abuelos constituye una tergiversación de las etapas naturales de la vida y estas cosas siempre traen consecuencias, aunque al principio parece agradable, porque tienen a su hija de nuevo en casa.
Ahora bien, una vez que nace un niño, éste dependerá totalmente de la madre durante muchos meses, creándose una relación simbiótica fuera del vientre materno. Sin embargo, al no haber una figura paterna presente y cercana, se puede caer en el fenómeno de que la madre se considere dueña de su hijo/a, el “soy la madre” la habilita para hacer “lo que se le venga en gana” con el/la hijo/a, teniendo la seguridad de que nadie se lo podrá discutir.

Esto no es una constante, pero sí una tendencia bastante peligrosa que se refuerza más en casos de hijos varones, ya que estos le dan la posibilidad a esa mujer de encontrar finalmente “un hombre” hecho a su medida, que la quiera sin reservas y que no pueda vivir lejos de ella. La mujer encuentra en su hijo varón la sensación de plenitud que le da su masculinidad, “hay un hombre en la casa”.

Entre la confusión de hacer cumplir el rol del adulto/pareja/padre a un niño y luego tratar al adulto como niño eterno, este tipo de relaciones puede llegar a considerarse directamente como incestuosa, más allá de que no haya coito. La consecuencia de esta “extraña” relación, la ausencia o falta de significado del padre, impide la evolución esperada del Complejo de Edipo. Cabe resaltar que dicho complejo tiene tres objetivos fundamentales: la inclusión a las normas sociales (con la eliminación del incesto), definir las jerarquías intergeneracionales y sus respectivos roles y buscar un nuevo objeto de deseo fuera del entorno familiar.

*Adaptado del Libro Ser padres en el tercer milenio de Jorge Luis Ferrari (2007).
Mujer quemó brazo de su hijo de nueve años con una plancha. Lo castigó por no hacer la tarea. A pesar de haber aceptado ser la autora de las lesiones, no mostró arrepentimiento en ningún momento y dijo que lo había hecho “por su bien”. “Lo hice, ¿y qué?”. (El Comercio 03 de Setiembre 2009)


Hallan cadáveres de dos niñas asesinadas por su padrastro en Junín. El sujeto confesó que en noviembre del 2008 estranguló y quemó a las menores de 14 y 11 años, luego las enterró. Dijo que fugaron para no levantar sospechas. (RPP.com, 25 Agosto 2009)


Mujer abandona a su hijo recién nacido en una mototaxi ubicada cerca a la plaza de armas de Huaral. (Peru.com, 02 de Marzo 2009)


Por más increíble que parezca, estamos acostumbrados a despertarnos por las mañanas escuchando una serie de noticias escabrosas sobre asesinato de niños cometidos, la mayoría de las veces, por sus propios padres – Filicidio. Actualmente, se consideran que otras formas de maltrato a los menores, de manera directa (violencia física, verbal, psicológica) o indirecta (gaminismo, aborto) son diferentes tipos de perpetuación de actos filicidas.
Nuestras reaccio nes ante estos hechos, aunque variadas, por lo general encierran sensaciones de desagrado, censura, indignación y hasta un deseo de castigo a los autores de los crímenes.

¿Cuál es la interpretación desde una mirada psicológica a este tipo de problema social?

La historia se repite
Sería atrevido empezar a analizar una situación tan intricada como lo es el filicidio sin remontarnos a la historia de los autores de los crímenes.

A pesar de las investigaciones, la lucha entre las ideas de la maternidad como instinto Vs. las de la maternidad como conducta aprendida sigue en pie. Sin embargo, se puede argumentar que probablemente el desarrollo de la función de la maternidad está relacionada con el mundo afectivo de la propia infancia de la madre, es decir, el amor se desarrolla precozmente en la vida sobre una base de reciprocidad en la que la experiencia de ser amado por los propios padres fomenta la capacidad de amar en el niño, permitiéndole responder con el mismo sentimiento para después transferirlo a otras personas. El hecho de ser amado le permite estar dispuesto a amar.

Si una madre con poca habilidad de conectarse afectivamente con su hijo, esto será un obstáculo bastante importante para el desarrollo del niño, ya que es probable que esté más centrada en sus propios deseos y necesidades que en la de su hijo. Así, la madre puede tener una visión irreal de las capacidades del niño e intentar, de un modo rígido y autoritario, forzarlo a encajar dentro de un molde al que no se ajusta. Ante esto, ambos, madre e hijo, quedarán entrampados en un vínculo agresivo, intolerante y frustrante.

Repasando datos importantes

La literatura internacional es bastante amplia en la caracterización del filicidio materno:
  • Neonaticidio: la muerte de un hijo en las primeras 24 horas de vida
  • Infanticidio: la muerte de un hijo que tiene entre un día y un año de vida
  • Filicidio: la muerte de un hijo que pasa de un año de vida
El neonaticidio es cometido principalmente por mujeres, madres jóvenes, en su mayoría sin patología psiquiátrica, pero en contextos socioeconómicos adversos - embarazo no deseado, ser madre soltera, vivir aún con sus padres y presentar serias dificultades económicas.
El resto de madres, ya sean infanticidas o filicidas, por lo general, son casadas o están viviendo con su pareja, presentan patología psiquiátrica importante, especialmente de la esfera anímica, incluida la depresión y la psicosis post-parto.
Además, en los casos de filicidios o infanticidios habría otras causas relacionadas al hecho, como enfermedades del hijo o problemas maritales. También se ha visto que la mayoría de estas madres consumiría alcohol y/o cocaína antes y después del parto.

Resnick y D'Orban tipifican a estas mujeres en cinco grupos:
  • Las neonaticidas
  • Las filicidas altruistas: asociado a suicidio para liberar a sus hijos de sufrimiento real o imaginado
  • Las filicidas con trastorno mental agudo (psicóticas)
  • Las filicidas accidentales (maltrato, homicidio no intencional)
  • Las filicidas de niños no deseados
  • Las filicidas por venganza conyugal (Síndrome de Medea).
Con respecto al filicidio cometido por padres, no existe evidencia concluyente para decir si este sería de mayor, igual, o menor frecuencia que el filicidio materno. También resulta controversial si este sería o no parte de violencia intrafamiliar.
Cabe señalar como dato de importancia que los padres adoptivos cometerían más filicidio que los padres biológicos.

Posibles relaciones



El filicidio está asociado, principalmente, a la depresión posparto y es, quizás, la manifestación más dramática de esta patología.

Cuando un infanticidio es atribuido a psicosis posparto, depresión, abuso de sustancias, entre otros, involucra, en su mayoría, a mujeres con inadecuado apoyo social al momento de cometer el delito, ya que las patologías mencionadas alteran gravemente las capacidades para llevar a cabo actividades habituales.

Se indica que el filicidio cometido por mujeres tiende a estar asociado a cuadros psicóticos, en oposición a los cometidos por hombres, quienes se diagnostican más frecuentemente con trastornos de la personalidad.

En padres filicidas se ha observado altas tasas de suicidio posterior al acto y en la mayoría de ellos, la presencia de trastornos depresivos al momento del hecho. Un tercio estaría cursando un episodio psicótico al momento del ataque, especialmente aquellos que dan muerte a todo el núcleo familiar.

El hecho de que un individuo manifieste problemas de tipo psiquiátrico, afectará todos los aspectos de su vida, incluyendo el papel parental.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Estado de la opinión pública sobre la corrupción (IOP, Año IV, Septiembre 2009)

http://www.pucp.edu.pe/iop/files/sondeo_42.pdf

Parricidas: Honrarás a tu padre y a tu madre

Durante los últimos meses hemos sido bombardeados por diversas reseñas periodísticas que se han ocupado del sonado caso Fefer. Básicamente, la información que todos manejamos es que el posible móvil del asesinato haya sido el dinero y los bienes familiares. Sin embargo, ¿unos miles de dólares son suficientes para acabar con la vida de una madre? ¿Qué otros posibles factores psicológicos pueden existir en la supuesta responsable intelectual?

El presente artículo tratará de resumir escuetamente las posibles causas o factores que llevan a los hijos a suprimir a sus padres, así como buscar posibles combinaciones de perfiles o rasgos de personalidad que nos ayuden a entender el por qué de su actuación.

Siguiendo la línea Freudiana, el parricidio es el crimen capital y primordial tanto de la humanidad como del individuo. La relación del niño con su padre es una relación ambivalente, ya que además del odio - que quisiera suprimir al padre rival del amor materno - existe cariño hacia el padre. Ambas actitudes llevan a la identificación con el padre. El niño desea hallarse en el lugar del padre porque lo admira y desea al mismo tiempo suprimirlo.

Ahora bien, toda esta evolución tropieza con un poderoso obstáculo. En un momento dado, el niño llega a comprender que la tentativa de suprimir al padre como si fuera un rival sería castigada por aquél con la retaliación. Y por miedo que esto ocurra, abandona el deseo de tener a la madre de manera exclusiva y suprimir al padre. Esta es la sucesión lógica del llamado complejo de Edipo.

Ahora bien, se han encontrado ciertas características comunes entre los parricidas (personas que dan muerte a sus padres biológicos), dependiendo de la situación específica en que el delito se comete.

Dentro de los hombres parricidas, el perfil de mayor frecuencia, serían adultos en los que existe una alta prevalencia de patología psiquiátrica, en especial esquizofrenia y consumo de drogas o alcohol. Según el estudio de Cornic y Olie, el típico perfil de un parricida adulto correspondería a: un varón joven, soltero, desempleado, que vive con la víctima, sufre de esquizofrenia y abusa de alcohol y drogas, quien ha suspendido el tratamiento, y posee antecedentes previos de conductas ilegales.

En la investigación realizada por Marleau, Millaud y Auclair se observa, que la mayoría de los parricidios son cometidos por varones adultos. Estos sujetos en su mayoría serían solteros, desempleados y vivirían con sus víctimas. Como principales patologías psiquiátricas se encuentran: esquizofrenia paranoide (56%), trastorno bipolar psicótico (13%), y trastorno esquizoafectivo (8%). Además hasta un 45% tendría trastorno o rasgos de personalidad narcisista.

Un segundo tipo de perfil parricida menos frecuente correspondería a sujetos adolescentes en tres posibles situaciones psicosociales: el niño maltratado, el niño que tiene una enfermedad mental grave, como psicosis o retardo mental, y el niño peligrosamente antisocial. Dentro de los grupos anteriores, el más importante es el del niño maltratado, quien comete parricidio en defensa propia, en el contexto de una situación de abuso. En estos casos es más probable que los adolescentes cometan el acto solos y en situaciones en que los padres están desprevenidos (durmiendo, sentados viendo televisión, etc).

Una de las grandes diferencias que se realizan al hacer las descripciones de perfiles parricidas tiene relación con el género del agresor. Según los estudios, la gran mayoría de los parricidas son varones, observándose tasas de hasta un 92%, con una razón de 6:1 entre Hombres/Mujeres.

Cuando los estudios se refieren a parricidas mujeres, se las caracteriza más bien como matricidas (dar muerte a la madre). Según el estudio de D'Orban y O'Connor de 17 parricidas mujeres, 82% habría matado a su madre, 65% de ellas estaba cursando un cuadro psicótico, y 17,6% tenía un trastorno de personalidad. En el mismo estudio las descripciones hablan de mujeres solteras, de edad media (39,5 años), viviendo sola, socialmente aislada, con una madre dominante y con una relación simbiótica.

Si mi pareja me cela es porque me quiere

¿Qué son los celos? ¿A qué se parecen? ¿A una feroz llamarada que sube del estómago a la garganta hasta hacernos escupir los insultos más bajos?

Para el psicoterapeuta Rafael Alva los celos no deberían de recibir ese nombre, pues se trataría de emociones encubiertas que no sabemos identificar y terminamos por llamarlas: celos. Según Alva, una persona no siente celos si su pareja es alabada por otro/a, si baila sensualmente con otra persona o es observada con deseo por un extraño o una expareja. Lo que puede estar sintiendo es cólera, pena y/o miedo. Es decir, emociones no placenteras que pueden ser activadas por una situación real (bailar, por ejemplo) o imaginaria (pensar que su pareja coquetea con otra persona cuando en realidad solo conversan).

Como distingue la psicóloga Lorena Bouroncle, existen reacciones que son esperadas si es que la respuesta no va más allá de malestar o incomodidad de la pareja. Pero, en el caso de haber reacciones violentas o agresivas de cualquier índole (verbal, psicológica, física), se podría estar ante un caso de celotipia, que se define como una enfermedad o trastorno que puede llevar a la persona a vivir en un estado constante de alerta que lo hace incluso imaginar constantemente situaciones de infidelidad cometidas por su pareja. Esto se considera como parte de un cuadro patológico porque sería necesaria buscar la ayuda o intervención de un especialista.

Siguiendo a Bouroncle, los celos no pueden considerarse un indicador del amor, sino más bien una inseguridad o una perturbación del significado de amar, “La persona que se siente feliz al lado de una pareja celosa puede estarnos diciendo que cree ser propiedad de su pareja y eso no es saludable, ya que estaría apoyando ideas machistas, de baja autoestima y baja aceptación personal, así como déficit de habilidades sociales, pues la persona celosa no busca enfrentar una situación, por el contrario causa conflictos antes que soluciones”.

*Artículo sacado del suplemento “Mi Hogar”, El comercio. Domingo, 30 de Agosto del 2009.