domingo, 21 de marzo de 2010

Somos lo que comemos: niños, comida y emociones

Todos sabemos cuales son los estragos de una mala alimentación, no sólo afecta al equilibrio físico, sino también al emocional y mental. Una interesante investigación en niños escolares españoles ha arrojado como uno de sus resultados que los problemas psicológicos se duplican en los niños que sufren sobrepreso.

Este estudio tiene como base las consultas de atención primaria, mediante estas se ha relacionado, por primera vez, que tanto la falta de actividad física de los niños como las dietas desequilibradas tienen que ver con un retraso psicológico y emocional de los niños escolares españoles.

Trastornos como ansiedad y depresión se duplican en niños con problemas de sobrepeso, más sedentarios y con una alimentación inadecuada. Por el contrario, el equilibrio emocional se encontró en los niños con mayores niveles de actividad física y mejor alimentación.

Los resultados se han obtenido de una encuesta con 430 niños de entre 4 y 14 años. La muestra no es muy elevada, pero refleja una tendencia preocupante revelada por otros estudios previos. «Los niños españoles cada vez se alejan más de la dieta mediterránea. Comer en casa ha dejado de ser sinónimo de comer más sano», señala Lluis Serra, uno de los autores del análisis y director del Centro de Investigación en Nutrición Comunitaria del Parque Científico de la Universidad de Barcelona. Salvando diferencias geográficas, económicas y socio-culturales podríamos ubicar a un gran porcentaje de niños peruanos que van por esta misma línea.

Según la muestra del estudio, la mitad de los menores no comen verduras ni siquiera una vez al día, la «comida rápida» es «habitual» y sólo el 40% toma más de dos piezas de fruta o jugo al día. La rutina nutricional falla desde primera hora del día. Muy pocos incluyen los nutrientes de un desayuno completo: cereales, lácteos y frutas. Pero el 20% desayuna de forma habitual comida industrial y el 73% tan sólo galletas o pan. Los niños del estudio que no desayunaban -el 8 %- también tenían más retraso motriz y problemas de socialización. Su rendimiento físico también era mucho más deficiente.

En nuestro país, si bien es cierto que la comida rápida no se consume con frecuencia diaria para la mayoría de los niños, es muy probable que tampoco incluyan todos los nutrientes necesarios en el desayuno, lo cual influya directamente, en un primer momento, en su desempeño escolar.
El estudio revela que el 25% de los niños encuestados tiene hábitos nutricionales «muy malos». A más peso, peor desarrollo emocional y mayor riesgo de sufrir en el futuro trastornos de la conducta alimentaria, como la anorexia y la bulimia. Los niños con más peso se relacionan inadecuadamente, se aíslan y también se deprimen más. «Es difícil saber si la obesidad es la causa o el efecto. Pero, es evidente que el acto de la alimentación tiene un contenido emocional», aseguró Serra.

El profesor de la Unidad de Neuropsicología de la facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, Francisco Rodríguez, está convencido que la alimentación modifica las emociones del individuo y su estado de ánimo, por lo que alertó que puede ser un mecanismo muy importante implicado en la obesidad si no se trata de forma apropiada desde el punto de vista psicológico. «Las emociones intervienen no sólo sobre la percepción del alimento, sino también sobre el apetito», apuntó.

Los expertos responsabilizan de esta situación no sólo al abandono de la dieta mediterránea sino al olvido del hecho que la alimentación es un «acto social» que debe hacerse en familia. Comer con los seres queridos produce una activación cerebral que promueve la liberación de neurotransmisores que dan lugar a sensaciones placenteras. La socialización también promueve los hábitos alimenticios saludables entre los más pequeños. Otro error es comer frente al televisor. Todos los efectos positivos de comer en familia desaparecen si se hace frente a la tele.

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