lunes, 25 de enero de 2010

Extrañas Parejas

En su libro “¿Apego, vínculo y/o amor en la pareja?*” Matilde Ureta de Caplansky propone dos posibles líneas de desarrollo para el matrimonio: una de meta y la otra de fosa...


En la primera plantea la importancia que tiene en la pareja la historia compartida que han logrado los cónyuges como parte de un proyecto que los reúne a lo largo de la vida matrimonial o si se convierte en una situación de fosa, es decir, de muerte y destrucción para la pareja.

Aquí un breve apartado sobre lo que Matilde llama “Extrañas parejas”:
“La pareja humana constituye un modo de vínculo intersubjetivo privilegiado, abierto a múltiples y frecuentes extravías y desdichas. Cuando la relación se estabiliza, el encuentro suele ser asintomático y se posibilita así el equilibrio y la compensación afectiva para cada uno de sus miembros. Pero, en general las parejas evidencian conflictos que suelen derivar en convivencias desafortunadas y muchas en separaciones.

¿Cuáles son las causas para que una relación no prospere y no permita, en consecuencia, el desarrollo armónico de cada uno de sus integrantes? Se podría afirmar que lo que acontece habitualmente es que se movilizan desarrollo críticos signados por las siguientes características:

En las parejas conflictivas cada cual intenta recubrir masivamente su falta con la del otro – intento destinado al fracaso, dado que se termina taponeando ficticiamente un vacío con un objeto inasible, conformado por un semblante de nada. Uno le pide a otro que le entregue casualmente lo que éste no tiene, dado que ama en él o en ella el objeto que el otro construye ficcional y exclusivamente a los efectos de seducirlo. Se le dona a la pareja un falta recubierta de espejismos objetales para que la futura pareja se ilusione con la posibilidad – eficaz aunque meramente ilusoria – de la realidad de un encuentro, al que supone capaz de resolver la angustia existencial.
Se ama en el Otro el objeto del cual él también carece y que en el instante del enamoramiento ambos suponen encontrar en esa zona de entrecruzamiento del objeto ideal completante, conformado por las proyecciones recíprocas que dan consistencia a un imaginario, que anuda a dos sujetos por la apariencia completiva que propone. La pareja funda la unión en tanto ésta permite el recubrimiento de dos faltas, que al “completarse” una en la otra, generan la ilusión de que el Todo pleno es posible.
En esta relación dual se despliega las estructuras psicopatológicas de modo tal que la tarea de un psicoanalista frente a la consulta de una pareja debido a dificultades vinculares, debe apuntar fundamentalmente a “separar” la simbiosis que aglutina a ambos integrantes de una relación configurada con un alto gradiente de especularidad, para recién a partir de allí plantear una operación de psicoanálisis individual.
La pareja configura un modo de relación privilegiado para desplegar pactos y encuentros con alto índice de proyeacción especular recíproca, lo que determina un anudamiento gozoso mediante el cual cada uno satisface sus apetencias narcisistas.

La pareja estimula – dada la misma índole de la intimidad sexual – conductas regresivas, las que se deben atemperar, mediante la operación eficaz de un tercero, que “abre” la “simbiosis” y permite que cada cual reintroyecte sus conflictos y pueda así eventualmente resolverlos. Ahora bien, esta operación de mediación simbólica puede efectuarla un psicoanalista, un mediador o un juez, pero a veces la operación de corte se produce de forma actuada, dada la presencia de un tercero – amante, por ejemplo –, el que con su mero posicionamiento en la estructura dual ayuda a triangulizarla, aunque siempre con todos los costos éticos o de sufrimiento sintomático que esto acarrea.

En relación con la elección de la pareja, diremos que aquella configura un destino. Se elige siempre desde los modelos infantiles en el sentido de remedarlos o de oponerse a ellos, y dado que las elecciones matrimoniales se suelen producir en la adolescencia, o en adultez temprana, la influencia de las marcas edípicas es aún más atenuada. Seguramente las segundas elecciones – si no están signadas por la repetición – suelen hacerse desde una posición más elaborada, quizá con mayor distancia simbólica de los objetos primarios. En la primera relación, se suelen agotar la hostilidad y el resentimiento infantil y el sujeto liberado de sus tendencias tanáticas, puede encaminarse a un encuentro menos ambivalente con mayor capacidad de reconocimiento de la alteridad.
La pareja es el resultado del cruce de niveles narcisísticos con niveles edípicos. Pero, tal como afirma Lacan, el amor contribuye a hacerse condescender el goce al deseo, es decir, cuando se ama se protege al Otro de la tentación de instrumentarlo al exclusivo servicio del puro goce, que desconoce siempre la otredad y anula, por ende, toda diferencia.
La violencia que se moviliza en las parejas ante su fracaso y la eventual conducta destructiva que se genera entre los ex miembros de éstas, se funda en la desilusión que esta situación suscita. ”
• Ureta de Caplansky, Matilde (2005). ¿Apego, vínculo y/o amor en la pareja?. Cedapp: Lima. Págs: 54-56.

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