“No leí un libro completo hasta los 12 años. Ahora les leo a mis hijos
en parte para leer todos los libros que no leí de niño” (Luis, 41 años)
Si se detiene a considerar lo que implica aprender a leer, no debería de sorprenderle que su hijo necesite su ayuda para convertirse en lector de por vida.
Entre los cuatro y los nueve años, su hijo tendrá que dominar unas cuantas reglas fonéticas, aprender a reconocer tres mil palabras de una mirada y desarrollas una cómoda velocidad de lectura cercana a las cien palabras por minuto. Debe aprender a combinar las palabras que están en la página con una media docena de rayitas llamadas signos de puntuación para convertirlas en algo – una voz o una imagen en su mente – que represente un significado.
Este es sólo el comienzo. Entre los nueve y los quince años, su hijo tendrá que duplicar esa velocidad de lectura, expandir su vocabulario reconocido a cincuenta mil palabras, aprender a pasar la vista por encima de algunas secciones del texto y a detenerse para estudiar otras, todo mientras simultáneamente cuestiona el texto y aprecia el arte del autor. El novelista John Steinbeck resumió la tarea de aprender a leer como “el mayor esfuerzo que emprende la mente humana, y debe hacerlo cuando es un niño”.
Pero, su hijo no puede ni podrá hacerlo solo. Para convertirse en un verdadero lector, su hijo lo/la necesita. Su hijo necesita unos padres que:
- Le leerá
- Lo escuchará leer cuando sea pequeño
- Le hablará sobre la lectura cuando es más grande
- Dispondrá de un momento tranquilo de manera que la lectura pueda tener lugar
- Comprará o pedirá prestado libros y otra materiales de lectura
- Colaborará con los maestros de la escuela
- Servirá como modelo de lectura e interés en los libros en la edad adulta
Sin usted, es improbable que su hijo desarrolle las actitudes que hacen que la lectura sea fácil y divertida. Sin usted, su hijo puede caer en esa disminución de la lectura del cuarto año que afecta a un tercio de nuestros niños. Sin usted, su hijo muy bien puede perder el interés en la lectura de los doce o trece años, precisamente cuando es capaz de avanzar hacia los libros adultos. Sin usted, es improbable que su hijo se convierta en un lector de por vida.
Desgraciadamente, aprender a leer no es una tarea fácil. No es como aprender a caminar, por ejemplo, porque el instinto específico de la lectura no es parte de nuestra composición genética. Aprender a leer tampoco es como aprender a patear una pelota o a tocar el piano. Si los niños muestran poca habilidad para el fútbol o para la música, sabemos que la vida ofrece muchas otras salidas para su energía y creatividad, pero si los niños no aprenden a leer, virtualmente serán inválidos cuando intenten enfrentarse a la vida moderna.
En una época, por supuesto, la capacidad de leer era necesaria sólo para un limitado número de la población. A los reyes y reinas medievales se les leían las cartas y manuscritos. Los campesinos medievales vivían en un mundo de lenguaje hablado y tenían pocas razones para aprender a leer. Hasta el siglo XIX, menos de una persona de cada diez era capaz de leer, aun en los países occidentales. Cuando las novelas de Charles Dickens aparecieron por primera vez en 1830, no fueron arrebatadas por masas de ingleses ansiosos por el último best-seller. Eran compradas por entregas, como revistas, por familias y grupos de amigos que quizá tenían entre ellos a un “lector”. Era la tarea del lector leer el libro en voz alta al resto de la familia o a los compañeros en el trabajo o en la taberna.
A lo largo de la mayor parte de la historia, la lectura se ha hecho en voz alta. Relatos renacentista sobre la biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford comentan el ruido hecho por docenas de eruditos todos leyendo en voz alta al mismo tiempo. La lectura silenciosa fue una invención de la era victoriana.
La mayoría de los educadores saben que leer los libros en voz alta es muy importante para los niños pequeños. De acuerdo con un estudios hecho en 1991 por el departamento de comunicaciones de Canadá, casi dos tercios de todas las familias con niños de menos de catorce años dicen que encuentran tiempo para leer en voz alta con regularidad. Se informa que estas familias emplean un promedio de 22 minutos al día en leer o en escuchar leer a sus hijos o en comentar lo que se está leyendo.
Tristemente, el mismo estudio revela el tiempo familiar pasado en la lectura conjunta declina rápidamente a medida que los niños crecen. Aparentemente, sólo una fracción diminuta de las familias lee en voz alta juntos durante más de unos pocos años en la vida del niño. Los padres están demasiado ocupados, cansados o les parece más fácil encender la tele o poner un video.
Se deben evitar estas conductas, ya que no interesa dónde lea, cuándo lea o lo bien que lea. Todos los padres son los mejores lectores para sus propios hijos. Lo que sí es importante es que los padres lean con su hijo y no que le lea a su hijo. La hora de la lectura no es simplemente el momento de abrir un libro y leer en voz alta. Es el momento de abrir un libro para compartir la lectura y las ideas.
Puesto que la lectura puede ser una experiencia social y de encuentro, ésta siempre debería de estar acompañada de abrazos, conversación, bromas, preguntas y respuestas. Especialmente para los niños mayores algunas de las experiencias más valiosas de la lectura no son la lectura en sí.
Muchas familias pueden estar atravesando por situaciones de crisis – separaciones, divorcios, duelos, desempleos. En estas situaciones, la hora de la lectura puede ser un punto único y estable en medio de tanto caos emocional.
* Texto adaptado del libro “Cómo fomentar la lectura en los niños” (1994) de Paul Kropp.