domingo, 9 de mayo de 2010

¿POR QUÉ LOS PADRES NO COMPRENDEMOS A LOS ADOLESCENTES?

Porque somos celosos

¿Cómo aceptar ver a tu propio hijo convertirse en un seductor y tener vida sexual?
“Cuando decimos que los adolescentes tienen comportamientos extraños,” expone Serge Hefez, psiquiatra y psicoanalista, “hablamos de nosotros mismos, de nuestro miedo a envejecer, de nuestra angustia a la separación de estos futuros adultos”. Y este miedo se expresa a través de los juicios negativos y de los rechazos violentos de los adolescentes, esto es lo que Philippe Gutton, psiquiatra, psicoanalista y director de la revista trimestral Adolescente, no duda en llamar “la provocación adulta”.
Si se añade una demanda excesiva a los adolescentes para que estén en forma, para que se interesen por todo, para que no se pongan furiosos, para que sean competentes en la escuela – en resumen, para que correspondan plenamente con las expectativas de los adultos, sin dejar lugar a la expresión creciente de su individualidad y de su individuación -, el conflicto y la incomprensión siempre aparecen.
Yasmin, de 19 años, es un buen ejemplo: “Mis padres están divorciados. Hasta cuarto año de secundaria, todo fue poco más o menos bien, normal. Mi madrastra era más bien “buena”. Y después crecí muy rápido. En un año, llegué a tener una talla de 1.75 metros y un pecho impresionante. Ante esto, su actitud cambió completamente. Se volvió agresiva, hacía comentarios sobre mi forma de vestir, mis amigos… Mi padre no se metía mucho. No lo soporté, no quise ir más a su casa los fines de semana. Y naturalmente, las broncas terribles con mi madre fueron algo habitual. Por eso, me refugié en mi mundo. Me encerré en mi habitación, no les quise hablar más, y en el cole fue una caída en picada”
La irrupción de la “genitalidad” (la sexualidad) dentro del cuerpo y el psiquismo de los niños provoca una profunda modificación en el hogar de los padres. “Nadie puede librarse de este cambio radical en las relaciones, consciente o inconscientemente”, comenta Gutton.
Toda la ambivalencia de las actitudes adultas se encuentra ahí: en el deseo de conservar al adolescente en su status de niño.
Porque los adolescentes hacen todo por no tener compromisos y responsabilidades
Para los jóvenes, la adolescencia es la etapa de la creación de la identidad, diferente de la de los padres. La aparición de esta nueva persona en el seno de la familia se parece a la llegada de un extraño que se impone sin haber sido invitado: “el otro” surge de repente.
Es aquí cuando se imponen las conductas extrañas, aparecen nuevos comportamientos en la indumentaria o en el peinado, se muestra desagradable, se siente mal, fuma, se ríe de forma burlona continuamente, escucha la música muy alta. Son tantas provocaciones juntas para el adulto, que éste puede verlas como una cancelación de su autoridad y de sí mismo.
Aquí también el lenguaje o la forma de expresarse del adolescente entra en juego, ya que “incapaz de usar palabras sobre lo que siente, el adolescente tiende a contemporizar, desfigurando el sentido de la palabra que emplea”, explica Gutton. “Pero, el adulto tiende a la significación literal y léxica de las palabras que escucha”, entonces, se instala el “malentendido”.
Laura, de 16 años, bromeando: “Adoro hablar por teléfono a toda prisa, utilizando la jerga típica de mis amigos sobretodo delante de mis padres. Es muy paja, así los molesto.”
Julieta, de 14 años, no soporta tener que hablar con el “estilo antiguo” de su familia: “Me gusta hablar de forma normal, como nosotros. Pero cuando le digo a mi madre: ‘¡Qué “serio” te queda ese vestido!’, mi papá me corrige: ‘¡Habla bien!’ Grita. El muy tonto…’”
La paradoja está ahí: los adolescentes hacen pruebas, ensayan, buscan, progresan dando brincos para adelante y para atrás, se transforman al hacerse opacos, misteriosos, buscando referencia en territorios desconocidos para los adultos. Pero, es precisamente a través de esta incomprensión deseada, de esta provocación con la que ellos buscan la prueba de su existencia.
Pues se trata de obtener una respuesta, una reacción, una resistencia, que permita verificar que el cambio está en camino.
Y al encontrar las llaves a la incomprensión que ellos mismos experimentan en su propia persona, esta transformación se convierte en fuente de interrogantes, de un sentimiento de “extrañeza familiar”.
Porque los adolescentes se forman con la incomprensión de sus padres
Ya no se trata de que los adultos se acerquen, de que tengan una “comprensión” eterna con los adolescentes. Ya no se trata de que el adolescente cuaje su conducta en un marco rígido. Es todo lo contrario, se trata de descubrir terrenos de encuentro, de intercambio.
¿Cómo hacer para dar al joven el apoyo del que tiene necesidad, ofreciéndole la posibilidad de los intercambios necesarios en la conquista de la individualidad (pasar de estar en la familia a estar fuera de ella)? ¿Cómo no “dejarlo fuera, ni tenerlo encerrado”?¿Cómo ofrecerle también flexibilidad para que esta importante transformación de la “pubertad” se lleve a cabo?

No se acaba de dar una respuesta concluyente. Pero, los especialistas plantean toda una condición previa: los adultos deben salir de la fusión de no proyectarse en sus adolescentes, de encontrar la distancia apropiada (ni mucha, ni poca) y no sentirse al mismo tiempo la causa de todas sus dificultades. Éstas son por un lado inevitables y necesarias. Son parte del aprendizaje. Los adolescentes son seres que huyen de los adultos. Es normal y deseable.
El adulto debe mostrarse abierto a la discusión sobre un tema de actualidad, por ejemplo, o sobre la expresión de rebeldía ante la autoridad escolar. Los adolescentes atienden a los adultos que les hablan de estas cosas: de política, de sus propios recuerdos de juventud… A partir de este momento, el joven está al corriente de un lenguaje que favorece la relación.
Un adolescente que habla de los problemas de la sociedad, de la actualidad, que busca la discusión – incluso si lleva al enfrentamiento – es un adolescente que va por el buen camino. Porque la adolescencia es también este periodo magnífico de la vida al que todos llegamos por primera vez, el de la mirada nueva al mundo, donde todo es posible, el de la pureza de los sentimientos (de los sentidos que aún no han sido erosionados por los años), el de sensaciones fuertes y también de la soltura.

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