“Mientras que la madre lleva a su hijo en el vientre,
el padre lo lleva en la cabeza”
el padre lo lleva en la cabeza”
Como todos sabemos, hay pruebas irrefutables sobre las diferencias entre la mujer y el hombre, por lo que las formas de aproximarse a sus hijos/as serán diferentes también, aunque e sto no signifique que para un bebé la mujer sea todo y el varón nada.
Ciertamente, el varón no está físicamente equipado para amamantar al bebé, pero es capaz de ofrecerle todo “lo demás” - el afecto, la comunicación, los cuidados, el tiempo, la dedicación, el interés – para reforzar su desarrollo global (social, afectivo, cognitivo, físico, etc.).
Ahora bien, el bebé para crecer adecuadamente necesita no sólo ser nutrido con leche y afecto, sino también de diferencias. La voz de la madre se enriquece si al lado el bebé escucha la voz del padre. La matriz de base del niño gana, no sólo por grabar dos voces en vez de una, sino también por registrar las diferencias entre una y otra. Lo mismo sucede con el contacto corporal, dos pieles distintas, olores y calores diferentes, dos tratos, dos formas de mecer, etc. y se enriquece además por ser capaz de apreciar, querer y necesitar a las dos personas. Sentir desde la cuna que lo diferente es necesario y querido, resulta la mejor preparación para desenvolverse luego en el mundo exterior.
Aparentemente las mujeres tienen una mayor sensibilidad para sentir lo que le pasa a su bebé, escucharlo de lejos cuando llora o hasta presentir a distancia cuando algo le sucede, sensibilidad que puede estar relacionada con condicionamientos culturales y características personales. Pero, también es cierto que hay muchos hombres, que habiendo estado junto a sus hijos desde el principio, poseen también esa sensibilidad especial.
Los hombres poseedores de ésta hipersensibilidad que les permite cuidar satisfactoriamente a sus bebés están aumentando de manera inversamente proporcional a la disminución de la distancia que ponen entre los bebés y ellos. Si los papás se quedan cerca del vientre de la mamá y luego toman parte en el cuidado del recién nacido, seguramente lo escucharán y éste les sonreirá igual que a la madre, pero hay que darle tiempo y oportunidad al bebé de que lo seduzca y esto a la distancia no funciona.
Es innegable la capacidad del bebé para establecer vínculos afectivos con quien le brinde los cuidados necesarios, sea la madre, el padre o cualquier otro adulto, lo que es vital para el niño es el contacto con otro humano y que éste cuide de él. Si en vez de la madre biológica, es una madre adoptiva, el padre o la abuela, no tiene la menor consecuencia en el corto y mediano plazo, siempre y cuando el vínculo se establezca desde un principio, es decir, desde antes de la concepción, de manera constante.
Es probable que los padres sean las mejores personas para hacerse cargo de sus bebés, ya que, si bien, el famoso llamado de la sangre no ha podido hasta ahora ser demostrado científicamente, es seguro que a nivel de las representaciones mentales de ser padre - es decir, que uno piense y crea que tal niño es su hijo - tiene un peso y un determinismo absoluto, se tenga o no un correlato biológico. Ante esto, se puede afirmar que la paternidad se juega a nivel de la vida psíquica del sujeto. El hombre además de “creerse” padre, debe “querer ser” padre, porque si no quiere, se auto-convencerá de que él no es el padre y pondrá todo tipo de barreras para no hacerse cargo de su paternidad.
Entonces, puede que para el recién nacido no sea muy relevante qué persona lo cuide - sus padres o unos vecinos -, pero indudablemente para los adultos no es los mismo hacerse cargo de quien vemos como hijo nuestro, que hacernos cargo del hijo de otro, ya que el lazo que une a los padres con sus hijos es de una calidad fantásticamente superior a la simple ternura o preocupación que uno puede sentir por un niño que no tiene quien lo cuide.
La paternidad dura toda la vida y está cargada de toda una energía que es incomparable a otros vínculos que el niño pueda establecer, resaltando que esto es válido, tanto para el padre como para la madre, y no sólo para esta última.
*Adaptado del Libro Ser padres en el tercer milenio de Jorge Luis Ferrari (2007). Capítulo I
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