Sin duda, y por las causas o factores que fueran, la sociedad va hacia un incremento de hijos con padres separados, nacidos fuera del matrimonio o fuera de una relación de pareja.
Frente a esta situación de “fragilidad” o ruptura de la pareja, se hace sumamente necesario fortalecer el vínculo con los hijos en tanto padres, es decir, ser capaces de generar una “área protegida” alrededor de los niños con el objetivo de fortalecer un desarrollo – físico, emocional, social, etc. – adecuado.
Cuando tratamos una situación de divorcio en el que existen hijos involucrados, se puede resaltar un nuevo concepto introducido por Dominique Fuillot, en la Conferencia de Familia realizada en Paris, el 12 de junio de 1998, el cual plantea que de bemos hablar de “familias con un solo padre en el hogar” y no de familias monoparentales porque, salvo en el caso de viudez de alguno de los padres, los chicos continúan teniendo una relación, tanto concreta como simbólica, con ambos padres, más allá de que vivan sólo con uno, que al otro lo vean poco o no lo vean nunca.
Los chicos continúan “teniendo” a su papá y a su mamá, al margen de las vicisitudes del amor de sus padres y de quien posea la “tenencia”. Es dañino que en pro de una supuesta independencia o de un ficticio equilibrio por cualquiera de ambos padres, se intente podar la mitad de las raíces del niño.
En algunos casos, puede que el progenitor al que se le haya otorgado la tenencia de los hijos se aferre a ellos por una serie de creencias: porque después de él/ella, sus hijos no van a encontrar apoyo en otra persona, porque puede llegar a sentir que sus hijos representan los únicos vínculos que le quedan después del divorcio, etc. Ante esto, el progenitor puede hacer lo posible, y llegar a hacer lo imposible, por ser considerado “bueno” por sus hijos.
Sin embargo, el progenitor puede sentirse tan solo y perdido que, en su afán de aferrarse a algo, crea vínculos muy fuertes con sus hijos, aun estando débil. Así, los hijos son criados en un mundo unidimensional, donde sólo está la opinión, la versión, las fantasías y los fantasmas del progenitor.
Como refuerzo de esta situación particular, tenemos que las exigencias de la vida moderna, las distancias y los horarios de trabajo, pueden hacer que el progenitor no pase mucho tiempo con el niño y que cuando tengan encuentros, el progenitor tenga dificultades a la hora de impartir disciplina.
Cuando los hijos son pequeños, el problema de los límites puede reflejarse en no llevar un horario para dormir, tomar la mamadera y usar pañales hasta edades impensables, rabietas, etc. Cuando llega a la edad de la adolescencia los problemas suelen multiplicarse, ya que nos encontramos con chicos/as consentidos/as que se enfrentan a un mundo poco propicio para aceptar caprichos o desobediencias.
Por otro lado, nos encontramos con un progenitor que no quiere aparecer como “malo”, por lo que le justifica hasta lo injustificable a los hijos. Peor aún si ronda el “fantasma” del otro progenitor y existe la posibilidad que, enojados los hijos amenacen con irse con el otro padre. Aquí, los chicos aprovechan su posición y no dejan de presionar esta situación (eso también puede darse en hogares donde el padre está presente pero que siempre fue dejado afuera) convirtiéndose en verdaderos dictadores de la casa, con progenitores absolutamente sumisos que a su vez intervienen e interfirieren en la posibilidad de que su hijo tenga vida propia.
Son hogares endógenos, en donde suelen vivir hacia dentro, ya que el mundo exterior es visto como agresivo y amenazante. Sufren el afuera y disfrutan el adentro, la casa se transforma en un enorme “vientre materno”, en donde al igual que en el embarazo un solo progenitor lo carga la inter-dependencia puede ser total. Los “dolores de parto”, si este algún día se produce, esta vez serán sin anestesia.
Felizmente, esta compleja e inadecuada situación puede ser evitada siempre y cuando se considere que es responsabilidad de ambos padres conversar civilizadamente sobre el tema de la disciplina, las normas de convivencia y los límites que ambos compartirán e impartirán a sus hijos.
Tal vez, no existe receta mágica para esto, únicamente tomaremos conciencia que no hay roles, obligaciones y/o responsabilidades absolutamente definidas y que cada pareja de padres tiene que determinarlas, ya que si esto no se da pueden haber funciones en relación a la crianza de los hijos que ninguno de los padres cumpla porque esperan que las cumpla el otro o porque se la delegan de manera expresa o tácita a terceros.
Frente a esta situación de “fragilidad” o ruptura de la pareja, se hace sumamente necesario fortalecer el vínculo con los hijos en tanto padres, es decir, ser capaces de generar una “área protegida” alrededor de los niños con el objetivo de fortalecer un desarrollo – físico, emocional, social, etc. – adecuado.
Cuando tratamos una situación de divorcio en el que existen hijos involucrados, se puede resaltar un nuevo concepto introducido por Dominique Fuillot, en la Conferencia de Familia realizada en Paris, el 12 de junio de 1998, el cual plantea que de bemos hablar de “familias con un solo padre en el hogar” y no de familias monoparentales porque, salvo en el caso de viudez de alguno de los padres, los chicos continúan teniendo una relación, tanto concreta como simbólica, con ambos padres, más allá de que vivan sólo con uno, que al otro lo vean poco o no lo vean nunca.
Los chicos continúan “teniendo” a su papá y a su mamá, al margen de las vicisitudes del amor de sus padres y de quien posea la “tenencia”. Es dañino que en pro de una supuesta independencia o de un ficticio equilibrio por cualquiera de ambos padres, se intente podar la mitad de las raíces del niño.
En algunos casos, puede que el progenitor al que se le haya otorgado la tenencia de los hijos se aferre a ellos por una serie de creencias: porque después de él/ella, sus hijos no van a encontrar apoyo en otra persona, porque puede llegar a sentir que sus hijos representan los únicos vínculos que le quedan después del divorcio, etc. Ante esto, el progenitor puede hacer lo posible, y llegar a hacer lo imposible, por ser considerado “bueno” por sus hijos.
Sin embargo, el progenitor puede sentirse tan solo y perdido que, en su afán de aferrarse a algo, crea vínculos muy fuertes con sus hijos, aun estando débil. Así, los hijos son criados en un mundo unidimensional, donde sólo está la opinión, la versión, las fantasías y los fantasmas del progenitor.
Como refuerzo de esta situación particular, tenemos que las exigencias de la vida moderna, las distancias y los horarios de trabajo, pueden hacer que el progenitor no pase mucho tiempo con el niño y que cuando tengan encuentros, el progenitor tenga dificultades a la hora de impartir disciplina.
Cuando los hijos son pequeños, el problema de los límites puede reflejarse en no llevar un horario para dormir, tomar la mamadera y usar pañales hasta edades impensables, rabietas, etc. Cuando llega a la edad de la adolescencia los problemas suelen multiplicarse, ya que nos encontramos con chicos/as consentidos/as que se enfrentan a un mundo poco propicio para aceptar caprichos o desobediencias.
Por otro lado, nos encontramos con un progenitor que no quiere aparecer como “malo”, por lo que le justifica hasta lo injustificable a los hijos. Peor aún si ronda el “fantasma” del otro progenitor y existe la posibilidad que, enojados los hijos amenacen con irse con el otro padre. Aquí, los chicos aprovechan su posición y no dejan de presionar esta situación (eso también puede darse en hogares donde el padre está presente pero que siempre fue dejado afuera) convirtiéndose en verdaderos dictadores de la casa, con progenitores absolutamente sumisos que a su vez intervienen e interfirieren en la posibilidad de que su hijo tenga vida propia.
Son hogares endógenos, en donde suelen vivir hacia dentro, ya que el mundo exterior es visto como agresivo y amenazante. Sufren el afuera y disfrutan el adentro, la casa se transforma en un enorme “vientre materno”, en donde al igual que en el embarazo un solo progenitor lo carga la inter-dependencia puede ser total. Los “dolores de parto”, si este algún día se produce, esta vez serán sin anestesia.
Felizmente, esta compleja e inadecuada situación puede ser evitada siempre y cuando se considere que es responsabilidad de ambos padres conversar civilizadamente sobre el tema de la disciplina, las normas de convivencia y los límites que ambos compartirán e impartirán a sus hijos.
Tal vez, no existe receta mágica para esto, únicamente tomaremos conciencia que no hay roles, obligaciones y/o responsabilidades absolutamente definidas y que cada pareja de padres tiene que determinarlas, ya que si esto no se da pueden haber funciones en relación a la crianza de los hijos que ninguno de los padres cumpla porque esperan que las cumpla el otro o porque se la delegan de manera expresa o tácita a terceros.
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