lunes, 5 de octubre de 2009

Entre padres y padres sustitutos

“Yo he tenido que hacer de mamá y papá” Cuántas veces escuchamos esto de parte de madres que han tenido que adoptar ambos roles paternos para criar a sus hijos. Es probable que sólo ellas sepan mejor que nadie que no es fácil reemplazar al padre y que a veces es imposible.

Si bien cuando nos referimos al padre estamos pensando en el padre biológico, esto no significa desconocer que hay situaciones – variadas y muchas – en que son otros los que cumplen las funciones paternas. Porque se trata de eso, de funciones que tiene el padre y que a veces las cumple otra u otras personas “en vez de”, “a falta de” o “además de” el padre biológico. En nuestra cultura, es difícil encontrar sustituto(s), ya que no resulta fácil aceptar el rol y menos realizarlo.

Hay grandes diferencias entre los padres y sus figuras sustitutas. Podemos mencionar que, por lo general, los padres son padres hasta que pierdan la vida, más allá de los altibajos que puedan presentarse en la familia (divorcios, separaciones, etc.), los sustitutos suelen aparecer y desaparecer con más facilidad, ya que suelen durar mientras las circunstancias los mantienen cerca del niño.

Cuando se habla del tema de las figuras paternas sustitutas, se señala que las funciones paternas pueden ser cumplidas por otros, como pueden ser el maestro, los abuelos, algún tío, vecino o amigos de la familia. Pero, salvo los parientes, el resto va y viene, cambian de domicilio y entonces estos vínculos pueden terminar de manera abrupta, dando paso a sensaciones de abandono y tristeza por parte del niño debido a la ausencia de esta figura. Es por esto, que se le debe de explicar, en sus propias palabras y según su nivel de desarrollo, el por qué de la situación de separación, con el fin de contrarrestar sentimientos de culpa, inseguridad, tristeza y abandono.

Alguien que suele (o intenta) ocupar el lugar del padre biológico, es el nuevo compañero de la madre y las cosas pueden no ser siempre fáciles para cada uno de los implicados. Empecemos por lo más simple de analizar, el tiempo. Si la pareja mantiene una relación estable y duradera, este aspecto no debería ser complicado, pero cuando las relaciones se van sucediendo, es muy posible que el niño se encariñe con los primeros, creyendo que le llegó la hora de tener padre a tiempo completo, pero luego a los que vengan después los irá recibiendo con indiferencia o rechazo.

Esto agravará la sensación de soledad y su desvalorización como persona, al tiempo que tensa la relación con su madre y con el mundo externo. En muchos casos se sentirá culpable de que nuevamente hayan “abandonado” a su madre o se sentirá insuficiente para reconfortarla ante el nuevo fracaso afectivo.

Siguiendo a la corriente psicoanalista, se podría analizar el caso de la mujer divorciada que pronto vuelve a tener pareja, con lo que el niño reencuentra un representante del sexo masculino que le permite retomar su desarrollo edípico. Hasta aquí podo parece estar bien, es decir, se tiene una figura externa, que servirá de referente para romper el lazo simbiótico madre-hijo y con la cual pueda ser fuente de identificación, afecto, contención y gratificación del niño. Pero podríamos preguntarnos si el niño puede ser capaz de “cambiar de padre” sin sentirse culpable de “matar” a su padre biológico.

Es importante considerar que uno no se transforma fácilmente en el hijo de cualquier hombre, a pesar de tener una necesidad de filiación innata. Es decir, este proceso de incorporar a un nuevo miembro a su familia, debe ser llevado por el niño de la manera más adecuada posible, con el fin de que se consolide un nuevo vínculo suficientemente sano y sólido. En muchas ocasiones se hace necesaria la ayuda de especialistas, sobre todo si el niño empieza a presentar conductas regresivas y/o agresivas en casa o en el colegio.

Adaptado del Libro Ser padres en el tercer milenio de Jorge Luis Ferrari (2007).

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