domingo, 15 de marzo de 2009

Educación desde la matriz biológica de la existencia humana


Biología del Conocer y Biología del Amar

¿En qué cancha está la pelota de la responsabilidad de la tarea educativa?

Me parece importante y casi necesario reflexionar y hacernos cargo de todas las preguntas que surjan en torno a la tarea educacional. Yo propongo hacerlo desde el entendimiento de la dinámica relacional de la Biología del Conocer y Biología del Amar, que llamamos Matriz Biológica de la Existencia Humana.

Vivimos una cultura en gran medida centrada en relaciones de dominación y sometimiento. Estamos expuestos a altos niveles de exigencia, en busca del éxito. Con asombro, vemos cómo ha aumentado la violencia en los colegios y universidades, sean estos públicos o privados. Violencia que se manifiesta tanto entre los jóvenes como en la relación con sus profesores. El uso de drogas ha penetrado el espacio del colegio, que antaño era “el espacio de seguridad para los niños y niñas” y también ha penetrado el espacio universitario, que era “un espacio de investigación y creación” para los jóvenes. Todo esto son señales de que algo serio está dañando nuestra convivencia.

Reflexionemos seriamente: ¿Qué estamos haciendo?, ¿cómo lo estamos haciendo? y ¿Quiénes lo están haciendo? Al reflexionar, podemos darnos cuenta de que estamos inmersos en un modo de hacer las cosas, en esta cultura patriarcal-matriarcal, que se genera desde la desconfianza y el control. Control que somete… sometimiento que exige obediencia… obediencia que genera miedo e inseguridades. Es desde este trasfondo emocional de donde surge la falta de respeto por uno mismo, por el otro y por la otra. Padres, profesores, estado... intentamos desde este espacio de desconfianza hacer lo que hacemos y obtener lo que queremos con el control. El control es la dinámica relacional desde donde uno mismo y el otro surgen negados en sus capacidades y talentos, estrechando la mirada, la inteligencia y la creatividad; generando dependencia desde donde no son posibles la autonomía y el respeto por sí mismo.

De este espacio de dependencia los niños y jóvenes no tienen presencia, desaparecen. En esta cultura ejercemos el control con la sanción y el castigo físico y psíquico: “la letra con sangre entra”, viejo dicho patriarcal-matriarcal que aún se aplica en la acción y en el pensamiento. Sancionar y castigar, castigar y sancionar; y se instala la violencia y por lo tanto el desamar. ¿Cómo escapan algunos niños y jóvenes a tanto desamar? ¿Es acaso el control la manera de generar espacios de sana convivencia abiertos a la creación y a la reflexión? ¿Reconocemos vivir inmersos en una red de conversaciones que privilegia el éxito, el control, que nos somete y somete a nuestros niños y jóvenes a altos niveles de exigencia generando en ellos desesperanza y frustración por no ser vistos? ¿No es acaso este espacio relacional lo que hoy se vive en gran parte de los colegios, universidades y organizaciones?

Las consecuencias de este modo de vida son y han sido estar atrapados en un dolor constante, o sea, en el sufrimiento en distintos aspectos de nuestro vivir. Los profesores, padres, apoderados y todos los partícipes en el proceso educativo, con compromiso o sin él, han perdido la confianza de que se pueda generar un espacio relacional diferente desde donde surja un hacer responsable y ético en el mutuo respeto de la colaboración. Desde este espacio de desesperanza la responsabilidad por la tarea educativa es pasada de unos a otros, sin que realmente nadie se haga cargo.

¿Y quién es responsable de la educación? Todos somos responsables y co-creadores de este proceso. Todas las personas adultas que se respetan a sí mismas y viven desde la autonomía con conciencia social y ética, deberíamos tener conciencia de que somos parte de la contínua generación del mundo y cosmos en que vivimos. Si reflexionamos en torno a lo anterior, podemos darnos cuenta de que el dolor y sufrimiento presentes en este modo de vivir en la desconfianza y el control, pasó a formar parte de un modo natural de hacer las cosas, generando un vivir y convivir que no deseamos. Sin embargo, no tiene por qué ser así.

No basta con decir que la educación es una transformación en la convivencia, tenemos que hacerlo parte de nuestra conciencia cotidiana. Tenemos que sentirnos invitados a vivir y convivir al interior de las comunidades humanas que realizamos, contestando seria y responsablemente a todas las preguntas que surjan: ¿qué es educar?, ¿cómo estamos educando a nuestros niños, niñas y jóvenes?, ¿qué deseamos de la educación?, ¿qué desean los educandos del proceso educativo?, ¿es tarea sólo del colegio el educar?, ¿Quiénes son los actores comprometidos en este proceso?, ¿de quién es la responsabilidad de la tarea educativa?

Solamente desde un espacio reflexivo que nos permite abrir la mirada a nuestra multidimensionalidad relacional, es posible que podamos generar una nueva mirada a nosotros mismos, convirtiéndonos, como personas adultas, en un frente de onda transformadora al hacernos cargo de manera responsable e impecable de la tarea educativa, que es tarea de todos. “Educar es un proceso de transformación en la convivencia de todos lo actores involucrados y si queremos que nuestros niños y niñas crezcan como seres autónomos en el respeto por sí mismos y con conciencia social, nosotros los adultos tenemos que convivir con ellos respetándolos y respetándonos en la continua creación de una convivencia en la colaboración desde la confianza y el respeto mutuos”. Sin embargo, no basta con decir que el futuro de la humanidad no son los niños, si no los adultos con quienes los niños conviven, entrando seriamente como individuos en un proceso conciente de contínuo cambio que nos lleve a convertirnos en personas adultas con las cuales los niños y jóvenes desean convivir y respetar. A mí me parece que esa es nuestra tarea como comunidad humana.

¿Qué hacemos al educar?

El educar es, en el presente, un intento de hacer de manera artificial algo que debería ocurrir de manera espontánea en la convivencia en familia o en la comunidad. En estos espacios se da todo el vivir que el niño o joven, el ser que se educa, vivirá como adulto. De aquí en adelante nos referiremos como 'educando' a la persona que se educa, cualquiera que éste sea.

Los educandos se transforman en la convivencia, según sea ésta, con los adultos de su entorno más próximo. Lo que ocurre es que, ahora, la familia o la comunidad cercana no proporciona todo el espacio experiencial que el educando debería vivir para ser un adulto capaz de sostenerse a sí mismo como miembro de la gran comunidad que deberá integrar. Por esto, los educandos ya no se forman como adultos solamente en el entorno familiar. Ahora se requiere un ámbito especial: el espacio escolar, sea este el jardín infantil, el colegio, una escuela superior o la universidad. De ahora en adelante, al referirnos al espacio escolar nos referiremos al ámbito educacional en general.

El aprendizaje es una transformación en la convivencia. Y los educandos se transforman en adultos de una clase u otra, según hayan vivido esa transformación. No aprenden sólo matemáticas o historia, si no que fundamentalmente, aprenden el vivir que conviven con su profesor o profesora de matemáticas o historia, aprenden el pensar, el reaccionar, el mirar y aprenden que viven con ellos. Ellos configuran su espacio psíquico con sus maestros y a veces, lo hacen rechazando aquello que los profesores quieren que aprendan. Es desde esta perspectiva que pensamos que si uno quiere que la tarea de la educación sea crear un espacio de convivencia donde los educandos se transformen en adultos capaces de un convivir democrático como seres que se respetan a sí mismos y no tienen miedo de desaparecer en la colaboración, tienen que convivir con maestros que vivan ese vivir y convivir con ellos en un ámbito donde las distintas temáticas sean meramente modos particulares de vivir en esa convivencia. Y para que esto pueda suceder, si lo queremos, nuestra tarea como personas adultas es crear esos espacios de convivencia.

Si un educando convive con un profesor de biología y este profesor de biología disfruta su biologizar, en el respeto y atención a las dificultades que en algún momento puedan tener sus alumnos, ese educando incorporará en su vivir, de manera espontánea, la mirada biológica y la biología va a ser, por así decirlo, el instrumento de convivencia a través del cual ese educando se va a transformar en un adulto socialmente integrado con confianza en sí mismo, con capacidad de colaborar y aprender cualquier cosa, sin perder su conciencia social y, por lo tanto, ética.

Pensamos que la tarea de la educación es formar adultos democráticos. Y para que esto suceda, se requiere crear un espacio escolar en que los profesores y profesoras tengan las habilidades adecuadas para esa tarea. Por ejemplo, para poder hacer de las matemáticas un espacio de convivencia en los términos anteriores, el profesor tiene que saber mucho más que sólo las matemáticas que los niños deberían aprender en su formación escolar; lo mismo para física o historia o ciencias naturales o biología.
Para guiar la transformación de los educandos en adultos democráticos, el profesor debe tener recursos de reflexión y de acción con los niños en una convivencia en la que no se vean atemorizados por ser negados por las dificultades que puedan tener en un momento determinado. Esto es posible sólo si los educadores se mueven desde la autonomía reflexiva, se respetan a sí mismos y respetan a sus alumnos. La educación, como un fenómeno de transformación en la convivencia, es un ámbito relacional en donde el educando no aprende una temática, si no que aprende un vivir y un convivir. Si esto pasa, el educando aprende una forma de vivir del ser humano. La transformación en la convivencia en la que se aprende un modo de vivir no es exclusiva de los seres humanos. Pasa con los mamíferos en general y, en grado mayor o menor, según la especie en todos los animales. Actualmente todos sabemos ya que la verdadera dificultad para recuperar a una especie que está en vías de extinción es reinsertarlo a su vida silvestre. Si ha quedado abandonado, por ejemplo, un león, una chita o un gorila pequeño, lo difícil es reinsertarlo en su mundo; de modo que sea león, chita o gorila y que no surja como un animal medio humanizado. Esto es así porque se es león, chita o gorila no desde la genética, si no desde la convivencia en la comunidad animal a la cual se pertenece.

La genética es la condición inicial, es un punto de partida. Desde ahí se puede crecer de una manera o de otra, según el espacio de convivencia en que se viva. En nosotros esto es particularmente visible en la tremenda diversidad de formas humanas que se pueden adoptar. Es por esto, que la educación es el aspecto más fundamental de la convivencia humana actual, porque especifica el espacio de formación de los niños como adultos y el que a su vez ellos van a generar como convivencia con sus hijos cuando sean padres.

De cómo convivan los niños dependerá las clases de adultos que lleguen a ser. Creemos que precisamente eso es lo más importante que hace la educación. Los niños no son el futuro de la comunidad humana, nosotros los adultos lo somos. Los adultos somos el futuro de nuestros niños y niñas porque ellos serán según vivan con nosotros. El futuro está en nuestro presente. Es por esto mismo, que nos parece que es importante decidir en estos momentos si queremos una convivencia democrática en nuestro futuro, entendiendo que esta es una convivencia en la colaboración y en el mutuo respeto, participando de proyectos comunes que tienen que ver con el bien-estar de la comunidad a la cual se pertenece. Es sólo conviviendo de esa manera que los educandos van a crecer como seres capaces de generar ese tipo de mundo al hacer de nuestro presente su futuro.

Para que los educandos sean efectivamente guiados en su formación como ciudadanos, es fundamental que los profesores recuperen su dignidad, volviendo a tener respeto por sí mismos y por su profesión, aún en las circunstancias difíciles que les toque vivir.

Autonomía en la colaboración

Se habla mucho de autoestima como algo desde donde el educando adquiere presencia. Nosotros cambiamos la noción de autoestima por las de 'aceptación y respeto por sí mismo'. Pensamos que la estima es una opinión evaluativa y no es esto lo central, si no que el estar centrado en la aceptación y el respeto por sí mismo, de modo que uno no tiene que preguntarse por su propia legitimidad, ni por la legitimidad de los otros. Hay colaboración sólo si se convive desde la legitimidad de ser, que implican el respeto por sí mismo y el respeto por los otros.

La colaboración y la autonomía no implican la negación del otro. En la colaboración el ser individual no se realiza en la oposición a los demás, en la colaboración hay libertad creativa porque se es autónomo. Uno no es autónomo con respecto a los padres y maestros a través de oponerse a ellos, si no que uno es autónomo desde sí, en tanto está centrado en el respeto por sí mismo y puede opinar y discrepar, sin que la discrepancia sea una ofensa, si no al contrario, que sea una oportunidad reflexiva.

La autonomía es esencial en la convivencia social de personas adultas en un proyecto común, porque constituye el fundamento de la colaboración. De hecho la persona adulta es aquella que genera un espacio de convivencia en el cual es posible colaborar, porque los distintos participantes existen en la autonomía que da el respeto por sí mismo, de modo que no tienen que disculparse por ser.

El ser adulto no tiene miedo a escuchar, ni a participar con otros en el gran proyecto común que es la convivencia democrática. La democracia es el único modo de convivencia que entrega efectivamente la posibilidad de realización de lo humano como un ser autónomo capaz de ser social en la colaboración en un proyecto común. Y esta es la gran tarea de la educación: que maestros, maestras, padres, madres y actores sociales, como seres adultos, guíen a los educandos en el proceso de transformarse en personas adultas que se respetan a sí mismas sin temor a desaparecer en la colaboración en un proyecto común de convivencia en el mutuo respeto.

Democracia: obra de arte de la convivencia en el mutuo respeto

Si miramos la historia humana, veremos que la democracia es el arte de la convivencia en la realización de sí mismo en la comunidad con otros, desde y en el respeto por sí mismo y por los otros. Ella lleva a la realización de sí mismo como persona adulta, lo que no ocurre en ninguna otra forma de convivencia.

La democracia, más que un sistema político, es el espacio efectivo de realización de los seres humanos como seres autónomos, colaboradores, responsables, imaginativos, abiertos, con la posibilidad de estar continuamente generando un espacio de convivencia en el mutuo respeto y la colaboración. Sin embargo, para que esa autonomía se dé en los términos que hemos señalado, hay que empezar desde el útero. Es decir, el respeto y la aceptación de sí mismo tienen que empezar desde la mamá y el papá o el compañero de la mamá si lo hay, en una mirada que comienza cuando comienza el amar que acoge a este ser que viene, en la aceptación de su total legitimidad, no en la negación; en el acoger, no en el criticar o exigir. Hay que poder recibir al niño o niña abriendo un espacio de convivencia que no esté centrado en las expectativas de lo que va a ser después o en los miedos de qué va a pasar con él o ella.

Pensamos que ese convivir tiene que pasar no sólo en la infancia, si no en toda la vida, si es que efectivamente queremos una convivencia democrática. La convivencia democrática no asegura que no viviremos situaciones de dolor, de infelicidad o circunstancias de lucha u ocasiones de competencia; pero sí hace que la competencia no sea el centro emocional de la convivencia. El amar es la emoción que constituye y hace posible la convivencia democrática. El tema de la democracia en el ámbito de la educación no es arbitrario. Al contrario, es central. Lo que queremos de la educación en el momento histórico presente no es enseñar habilidades o conocimientos para un futuro tecnológico, mercantil o político. Lo que queremos de la educación es generar una transformación de los educandos en su tránsito a la vida adulta de modo que surjan personas adultas autónomas que se respetan a sí mismas, que pueden colaborar y que pueden aprender cualquier cosa y hacer cualquier cosa en la oportunidad del convivir social, ético y creativo de la convivencia democrática que queremos vivir.

¿Educamos para el autocontrol, la autoexigencia... o para el bien-estar?

En la introducción a estas reflexiones Ximena Dávila dice: “Al reflexionar podemos darnos cuenta de que estamos inmersos en un modo de hacer las cosas en esta cultura patriarcal-matriarcal que se genera desde la desconfianza y el control. Control que somete…sometimiento que exige obediencia… obediencia que genera miedo e inseguridades. Es desde este trasfondo emocional desde donde surge la falta de respeto por uno mismo por el otro y por la otra. Padres, profesores, estado... intentamos desde este espacio de desconfianza hacer lo que hacemos y obtener lo que queremos con el control. El control es la dinámica relacional desde donde uno mismo el otra y la otra surgen negados en sus capacidades y talentos, estrechando la mirada, la inteligencia y la creatividad, generando dependencia desde donde no son posibles la autonomía y el respeto por sí mismo”.

Desde un espacio emocional centrado en el control y la desconfianza pedimos a los educandos el autocontrol de sus emociones y de sus acciones, lo que implica promover en los niños, niñas y jóvenes el deseo de expresar legítimamente sus emociones y con ellas cercenar la posibilidad que tiene todo educando que está viviendo el proceso de transformarse en persona adulta, de hacer preguntas, de equivocarse, de explorar su multidimensionalidad en el asombro de descubrir, desde sí y para sí, sus propias respuestas. Nosotros pensamos que no es control o autocontrol de sus emociones lo que los niños deben adquirir en su transformación a la vida adulta, si no conciencia de su sentir, reflexión sobre su hacer y un actuar responsable en las tareas que emprenden en su vivir como miembros de una comunidad de colaboración y mutuo respeto. Nosotros queremos que los educandos se transformen en personas adultas, que surjan espontáneamente éticos en su conducta cotidiana, de modo que su conducta ética no surja del control de un impulso a una conducta no-ética posible. El autocontrol de las emociones y de la acción se exige en la convivencia como si esto fuese fundamental en la educación implicando exigencias y expectativas, y las expectativas son siempre una exigencia que viene de otro o de uno mismo. Cuando uno entrega al niño la responsabilidad del control de sí mismo, le hace una exigencia terrible, porque le impone una referencia externa para su conducta.

Lo que sí es fundamental es entregar a los niños autonomía o, repitiendo lo dicho más arriba, “conciencia de su sentir, reflexión sobre su hacer y un actuar responsable en las tareas que emprenden en su vivir como miembros de una comunidad de colaboración y mutuo respeto”, es decir, entregarles los medios y las circunstancias como para que puedan actuar desde sí, viendo y entendiendo lo que quieren de modo que puedan aprender a ser espontáneamente éticos y socialmente responsables desde sí.

Los niños aprenden a ver, oír, oler, tocar y a reflexionar o no reflexionar con su papá, con su mamá, con sus hermanos, con sus profesores y con los actores sociales de la comunidad a la cual pertenecen, y, al ser autónomos, ellos mismos se convierten en el referente para lo adecuado y lo no adecuado de su conducta: “decir sí o no desde sí y no desde otros”. Las exigencias y las expectativas son negadoras de la autonomía, porque en ellas uno se hace dependiente del juicio del otro o de la otra sobre qué es lo que tiene que hacer al tener que satisfacer las expectativas o exigencias del otro.

Con frecuencia se habla del actuar responsable y serio como en términos de autoestima. Nosotros pensamos que es más adecuado hablar de respeto por sí mismo en relación a la conducta autónoma y responsable. La estima es una valoración de algo con una justificación externa a uno, esto es, la estima es un juicio. En estas circunstancias, la autoestima es una valoración de sí mismo con un criterio externo a uno, es un juicio sobre sí mismo. El respeto por sí mismo o el auto-respeto no es un juicio, si no que es la emoción desde la cual uno se mueve sin cuestionar la propia legitimidad y sin sentir que debe justificarse en su conducta frente a otros, porque no se objeta a sí mismo. Y sólo es posible moverse en el respeto por sí mismo y por los otros desde el bien-estar que el respeto por sí mismo trae consigo.

El bienestar es la sensación de estar en coherencia con las circunstancias. El buen vivir no es otra cosa que el estar bien. El bienestar no tiene que ver con que tengamos automóviles de último modelo o que tengamos esto o aquello. El “bien-estar” tiene que ver con estar confortable con la circunstancia que se vive. Lo que no hay que olvidar es que ya sea en el “bien-estar” o en el “mal-estar”, configuramos el mundo que vivimos con nuestras conductas conscientes e inconscientes. El bienestar lo hacemos siguiendo el camino de la conservación del estar bien y en el malestar seguimos un curso que cambia las circunstancias del estar mal. En cualquier caso somos agentes de cambio consciente e inconsciente del mundo en que vivimos y generaremos un mundo de bien-estar o de mal-estar según generemos ámbitos de autonomía o dependencia en nuestros educandos en su transformación en personas adultas.

¿Dónde educamos? ¿hogar, colegio, comunidad, biósfera, cosmos?

En este generar mundos, los seres humanos hemos cambiado tanto el mundo natural que lo estamos llevando a su destrucción. Se acabó la biósfera y ahora vivimos en una homósfera y con nuestra ceguera ante esto estamos destruyendo nuestro entorno, transformándolo de una manera que va a hacer que nuestro vivir sea imposible. Si no cuidamos el bosque, este va a desaparecer cortado, porque cuidarlo consiste precisamente en no cortarlo. Cuidar el entorno consiste precisamente en respetarlo, no explotarlo al usarlo como un ámbito vital, no contaminarlo como si fuese una bolsa para desechos. En nuestro presente cultural y tecnológico el bosque, el agua limpia, el aire limpio, los espacios ecológicos satisfactorios para el vivir humano y el de otros seres vivos, ya no se sostienen por sí mismos, no tienen la autonomía de la biósfera, pues ahora pertenecen a la homósfera de transformaciones generadas por nuestras emociones según lo que queremos conservar consciente e inconscientemente en nuestro vivir.

El bienestar consiste en estar en armonía con la circunstancia donde lo humano como un mundo de bienestar creativo, estético y acogedor es posible, y donde lo natural es parte del bienestar humano. Pero para conservar ese bienestar tenemos que respetarnos a nosotros mismos y respetar; por lo tanto, nuestra responsabilidad en la generación y conservación del bienestar como un espacio de ecología humana en armonía con todos los otros seres vivos. La conciencia y la responsabilidad ecológica se aprenden espontáneamente en una convivencia donde tengan presencia, en el vivir cotidiano, la conciencia y responsabilidad ecológica en la conservación del habitat humano como un habitat que generamos continuamente con nuestro hacer. Y pensamos que el hogar, el colegio, la comunidad, biósfera, homósfera, cosmos, pasan a ser contextos educacionales espontáneos de la conservación del convivir en conciencia y responsabilidad ecológica.

Sin embargo, pensamos que cualquier contexto educacional también podría ser una cárcel. Puede ser la cárcel en la familia, puede ser la cárcel en el aula y puede ser la cárcel en la universidad, si se vive en la exigencia, la desconfianza y el control. Sólo si en la familia, el aula o en cualquier contexto educacional se vive en el mutuo respeto, esos lugares no serán una cárcel. En cualquier caso, el que la familia o el aula sea o no una cárcel depende de la actitud de los adultos con los cuales los educandos viven, no de ellos. Los niños requieren la compañía de personas adultas para llegar a ser adultos; por ello buscan personas adultas que los acojan, que les muestren las dimensiones de un mundo deseable, personas adultas que les abran un espacio acogedor en donde ellos no desaparezcan en la relación, si no que tengan presencia desde su surgir como seres humanos autónomos y responsables.

El hogar, si no hay conflictos o pobreza extrema, ofrece todas las dimensiones operacionales que el niño necesita para integrarse a una comunidad humana democrática. El colegio, la escuela, el instituto, la universidad y la comunidad a la cual pertenecen son ámbitos humanos que debieran ofrecer esas mismas condiciones. Si así fuese, los niños y niñas aprenderían los quehaceres fundamentales de su vida adulta en esos espacios relacionales también, en el respeto por sí mismos que les permitirá ser ciudadanos democráticos responsables y felices. Pero no basta aprender quehaceres para vivir en el mutuo respeto. El mutuo respeto se aprende viviendo y conviviendo en el mutuo respeto, y esto se aprende viviendo así en todas partes, pero primariamente en la infancia, en la casa, en la escuela y en la calle.

El colegio ofrece dimensiones relacionales que el hogar no tiene, pues actualmente es un mundo más ancho que el hogar. Las dimensiones del mundo del hogar o de la casa están dadas desde luego por los padres, pero también por los vecinos si están cercanos o son accesibles y ahora por la televisión o por la radio. Aún así, el colegio es un mundo más ancho. Hay niños, adultos y espacios de reflexión e indagación sobre el mundo más ancho, como laboratorios y bibliotecas, incluidos otros aspectos fundamentales de la vida ciudadana que sólo son accesibles desde allí. Pero el que el colegio sea o no una cárcel para los niños y niñas, dependerá de los adultos que lo constituyen. La solución ante la insuficiencia del espacio educacional no está en reemplazar a los adultos por máquinas. La solución no es tecnológica, la solución sólo puede venir de la convivencia humana amorosa.

En estos momentos uno puede pensar que la Internet puede reemplazar a la biblioteca o a los museos. Sin duda, todo lo que llamamos información en la vida cotidiana puede encontrase en ellos, pero la multidimensionalidad emocional de la relación con adultos que los niños respetan no es reemplazable en la formación humana. La educación, según nosotros, no consiste en entregar información. Los educandos adquieren información; esto es, datos, haceres, nociones operacionales, en sus relaciones con los mundos humanos adultos que viven, ya que son los seres humanos adultos quienes con su conducta en cualquier dominio dan a esos datos, haceres o nociones operacionales su carácter como información. Los educandos aprenden a ser seres humanos de una clase u otra con los seres humanos con quienes conviven, pues lo que aprenden es siempre un convivir. Si queremos convivir en un mundo de mutuo respeto desde el respeto por sí mismos en la honestidad, la conducta ética espontánea y la responsabilidad social, así tenemos que vivir. Las personas adultas como educadores éticos y socialmente responsables no somos reemplazables en la educación si queremos continuar creando un mundo biológicamente humano de personas éticas y socialmente responsables. A veces, se dice que se requiere de un ser humano nuevo. Nosotros no pensamos así. Sí, se requiere recuperar la consciencia de que somos seres que existimos en la unidad de cuerpo y espíritu, para quienes el amar es el fundamento de la autonomía y la convivencia social. Por lo tanto, nosotros proponemos un cambio en la pregunta fundamental, desde la pregunta por el ser a la pregunta por el hacer, que conlleva consecuencias epistemológicas y ontológicas.

¿Epistemología?

Sin embargo, para recuperar el entendimiento de lo humano y de que somos cuerpo y espíritu, necesitamos un fundamento epistemológico-ontológico que nos permita entender al ser humano en su ser biológico. Y hay que abandonar la creencia de que veo lo que está ahí con independencia de mí. Hay que renunciar a eso. Pero renunciar a eso, sin entender desde donde se lo hace, genera temor. Por eso, creemos que ese giro epistemológico-ontológico es fundamental, pero hay que hacerlo con una mirada sobre los fundamentos desde los cuales se hace. Para hacerlo o para recuperar esa mirada necesitamos abrir un espacio de reflexión sobre los fundamentos biológicos y culturales de lo humano para maestras y maestros, de modo que ellas y ellos puedan hacer o conservar ese giro con plena comprensión de por qué es así y puedan conducirse con sus alumnos de modo que la nueva mirada aparezca en ellos de un modo natural, porque entienden sus fundamentos. Si eso pasa, la formación de estos niños y niñas como personas adultas con las características que implica ese giro va a ser la forma normal, natural y espontánea de ser en la colaboración y el mutuo respeto que es la necesaria para la convivencia democrática.

El gran enemigo de la convivencia democrática está en que algunos piensen que ve más que el otro acerca de cómo son las cosas en sí y no esté dispuesto a la reflexión. Por eso, es que a veces decimos que el enemigo de la reflexión es el saber que sabemos. Si yo sé, no miro, porque ya sé. La convivencia democrática exige que yo esté siempre dispuesto a mirar, a reflexionar y, por tanto, a no apropiarme del saber. Al mismo tiempo, como en la democracia se está dispuesto en el mutuo respeto, se está abierto a mirar los fundamentos desde donde se afirma lo que se afirma. El saber en democracia no es ver las cosas en sí, si no que conocer los fundamentos desde donde uno afirma que algo es y estar dispuesto a mostrarlo; o sea, la reflexión. Y lo central de ella es soltar las certidumbres para mirar y hacerse cargo de que uno ve lo que ve desde su hacer, sin pretender que lo que uno ve es independiente de lo que uno hace o, lo que es lo mismo, la democracia es estar abierto a la reflexión que abre un espacio para ver los fundamentos desde donde uno afirma lo que afirma. La emoción que funda la democracia es el amar.

¿Emociones virtuales o vivir la reflexión en el aula?

Si aceptamos como válida la afirmación de que uno se transforma de una manera u otra según el espacio relacional humano en el que le toca vivir, quiere decir que uno aprende a hacer las distinciones y correlaciones propias de ese espacio relacional. En este proceso es el cuerpo lo que se transforma en tanto las destrezas que uno adquiere, sean físicas, psíquicas o espirituales, las adquiere en la modulación de la continua transformación de su corporalidad. Si uno salta y corre, adquiere destrezas para el correr y el saltar; si uno toca el piano, adquiere destreza para tocar el piano; si uno interacciona con el computador, adquiere esa destreza, y hay gente que maneja el computador como quien toca el piano. Pero eso modifica las distinciones que uno hace en otras dimensiones. El problema relacional humano surge cuando uno piensa que una u otra de esas destrezas es la importante y desdeña las demás.

El sistema nervioso funciona distinguiendo configuraciones en el vivir relacional del organismo. Y ¿qué configuraciones del vivir aprenden a distinguir nuestros educandos? Las que viven en el espacio relacional en que conviven como seres humanos. Y esas configuraciones del vivir que nuestros educandos aprenden a distinguir tienen que ver con tres aspectos fundamentales del convivir: el emocionar, el razonar y el hacer.

Actualmente vivimos un mundo que enfatiza el uso de la tecnología en la educación. Las consecuencias de esto no son triviales. Hay muchas habilidades sensorio-efectoras que se pueden aprender en espacios virtuales. Esto es posible, porque lo que uno aprende son precisamente correlaciones sensorio-efectoras que pueden aplicarse en cualquier dominio que las requieran, pues sus consecuencias pertenecen al dominio en que se aplican. Pero sucede que el operar en espacios virtuales modula también el emocionar de las personas que operan en ellos, sean éstos niños o adultos, quienes viven las alegrías y miedos que el operar en el espacio virtual evoca, pero sucede que las emociones nunca son virtuales, y la mayor parte de nuestro vivir en ellas es inconsciente. La televisión, el cine y los juegos de video, son ámbitos virtuales que evocan un emocionar que modula el flujo no virtual de nuestro vivir. Así, lo que uno aprende a través de estos medios; es, en el mejor de los casos, manipulación de realidades virtuales que entregan destrezas operacionales, pero siempre evocan también modulaciones emocionales que tienen presencia en nuestro vivir en otros ámbitos de aquel vivido en la realidad virtual.

Uno puede hablar de realidades virtuales en términos de las manipulaciones del espacio, porque lo que se manipula es la sensorialidad y porque el espacio surge en las correlaciones sensorio-efectoras propias del encuentro del organismo medio y el medio que lo hace posible. Las emociones no son virtuales porque corresponden al ocurrir interno del organismo como fundamento relacional. Si uno ve agresión, uno vive la agresión y aprende a vivir con agresión a menos que la deseche de manera explícita. Si uno ve ternura, uno vive la ternura y aprende a vivir con ternura, a menos que surja negada en el vivir y convivir en el desamar.

La emoción nunca es virtual, porque uno vive lo que ve como la presencia del presente. No basta con que uno diga “sólo es una película”. No, uno vive la agresión, el miedo, el enojo, la ternura, participando en el acto agresivo, de enojo, de miedo o de ternura, como algo legítimo para su vivir a menos que, como acabamos de decir, lo rechacemos de manera explícita con alguna reflexión que le muestra a uno que no pertenece a su vivir. Es precisamente por esto que la televisión es potente y bajo el discurso de entregar información o de entretener, manipula el emocionar y con ello el vivir relacional de los espectadores.

El mundo de las realidades virtuales, en general, no invita a hacer correlaciones reflexivas, porque en general no invita a mirar los fundamentos emocionales del quehacer que evocan. Las realidades virtuales como ámbitos de manipulación generan las influencias a que invitan, porque el sistema nervioso no distingue entre ilusión y percepción y la manipulación que se vive tiene presencia en el espacio relacional que se vive, aunque éste sea virtual (para el ver de otro). Por esto, lo que uno vive en televisión lo vive siempre como si no fuese virtual y las emociones que vive las asocia al vivir (hacer, convivir) que se vive, sea éste virtual o no (ante otros). Las emociones, como fenómenos de la biología, pertenecen a la dinámica interna de la generación del espacio de las conductas relacionales que un organismo (animal) puede vivir en cada instante y son, se puede decir, ciegas al contexto relacional del organismo en que surgen. Por esto las emociones no son modificables por la razón. Sólo la emoción cambia el emocionar y el resultado es que uno aprende el emocionar que la televisión como espacio virtual evoca como si fuese el emocionar del vivir cotidiano propio del mundo relacional no virtual que uno vive.

Los programas de televisión manejan el fluir de las relaciones humanas en términos del emocionar. Con la televisión, en general, lo que se tiene es un proceso que a uno le entrena en el emocionar en un espacio relacional virtual, de la misma manera que lo entrenaría, por ejemplo, para escribir a máquina o para manejar un automóvil sin cometer errores. Es decir, va guiando a la persona en un espacio en el cual no comete errores y no reflexiona sobre lo que hace, porque no tiene una persona adulta que lo esté guiando en la reflexión o que lo esté invitando a ella en el momento oportuno a través de mostrar alternativas en el emocionar. Si hubiere una persona adulta o un maestro, esta diría: “detengámonos un momento aquí a reflexionar sobre lo que ocurre” y generaría un espacio relacional en el que se soltarían las certidumbres para mirar el fundamento de lo que se vive. No se puede apretar un botón para ver cuál es la consecuencia de la reflexión a la que el maestro invita sin hacer la reflexión. Hay que vivirla con él o ella y, en ese sentido, son irremplazables, porque actúan desde el emocionar y la temporalidad humanos. El maestro genera la temporalidad que hace posible la operacionalidad de la reflexión y el correlacionar cosas que están separadas. El maestro, que vive su vivir y convivir como persona adulta consciente y responsable de lo que hace, volverá una y otra vez a hacer estas correlaciones reflexivas en la medida en que vea que sus alumnos no las hacen y no los abandonará. Al contrario, sigue con ellos amorosamente en la práctica de la reflexión hasta que éstos aprendan a hacerla.

Si se enseña por televisión, en cambio, no pasa eso. Por eso lo central en los cursos a distancia (e-learning) no es meramente la manipulación particular de un instrumento o de un conjunto de ideas a través de las sugerencias hechas en el curso televisado o por computador. Afirmamos que lo importante son las reuniones o interacciones directas entre alumnos y profesores. O sea, el cuerpo presente no es meramente un cuerpo presente; es cuerpo, alma y tiempo. Y estos son procesos: la temporalidad no es un reloj, es proceso; la corporalidad no es materia, es una dinámica relacional; el alma no una fantasía, es el fluir relacional reflexivo. Esto es; cuerpo, tiempo y alma son en la reflexión, existen en el preguntarse, en el dar vueltas, en proponer una mirada alternativa, en conectar, en preguntarse de nuevo, en volver a proponer una nueva mirada, en volverse a conectar, etc. De este modo, hay un conjunto de procesos que toma muchos minutos y que no se puede saltar. Pero hay que aprender a hacer la reflexión con otro, porque ocurre en la relación. La reflexión no es una destreza racional, es una operación en la emoción y se aprende en el convivir.

Globalización y destrezas relacionales

Lo que se llaman destrezas o competencias relacionales son modos de convivencia, no conocimientos. Por lo tanto, no son destrezas o competencias en el sentido corriente, si no dimensiones de conciencia social que uno debe aprender en la convivencia en su casa y en el colegio, con su mamá, con sus profesores y con los diferentes actores del espacio social y cultural que vive. El escuchar, por ejemplo. El escuchar consiste en oír y buscar o atender dónde lo que el otro o la otra dice es válido. Nosotros decimos que hay dos modos de escuchar. Un escuchar en el cual uno atiende a oír en qué medida lo que el otro dice coincide con lo que uno piensa y, en ese caso, uno sólo se escucha a sí mismo. El otro escuchar es aquel en el que uno atiende a oír dónde lo que el otro dice es válido. El otro o la otra dicen lo que dicen siempre desde un dominio de validez y legitimidad del presente en que se encuentran. Si se hace esto se oye lo que el otro o la otra dicen, tienen presencia, los vemos. Lo social, en general, y la democracia, en particular, se fundan en este segundo escuchar, lugar desde donde es posible que surjan las conductas amorosas.

Este último escuchar es el que uno normalmente debería aprender en su casa. Cuando el niño le dice algo a la mamá, la mamá escucha no la forma de lo dicho sino dónde es válido lo que el niño dice y desde allí, al oír aquello, actúa entendiendo lo que el niño está diciendo. A su vez el niño o niña escucha a la mamá atendiendo en donde es válido lo que ella dice. En este escuchar se atiende la emoción, porque la emoción define el dominio de validez de lo que se dice. La forma particular de lo que se dice define a lo que se dice como un suceder particular en el dominio de sucederes en que la persona está hablando. El escuchar, atendiendo en dónde es válido lo que el otro dice, requiere respeto. Sin respeto nunca escuchamos al otro u otra, porque interponemos un juicio sobre lo que el otro dice antes de oírlo.

Escuchar al otro u otra requiere confianza en sí mismo, porque sólo en tanto se tiene confianza en sí mismo no se tiene miedo a desaparecer en el oír lo que el otro dice y no hay riesgo en oírlo. Escuchar a otros requiere aceptación de sí mismo, una apertura para saber dónde no se sabe, de modo que lo que uno escucha del otro nos ofrezca una oportunidad para aprender y, por lo tanto, para no estar en la competencia. Porque si se está en la competencia, el escuchar está destinado a ver dónde puede uno ser mejor que el otro y no dónde lo que el otro o la otra dice es válido. Sólo si se escucha atendiendo a oír donde lo que la otra o el otro dice es válido, lo que ellos dicen puede ser una oportunidad de convivencia no competitiva en el mutuo respeto, sin agresión.

Es cierto que vivimos y convivimos en una cultura centrada en relaciones de dominación, sometimiento y competencia, con sus consecuencias de aislamiento y soledad; por lo tanto, de dolor y sufrimiento para comunidades y etnias completas en todo el mundo. Y es desde este modo de convivencia donde surge nuestro afán de hablar hoy día de la necesidad globalizadora. Por lo tanto, es interesante reflexionar respecto de qué queremos conservar cuando hablamos de un mundo globalizado. Si hablamos de que la globalización ocurra como la recuperación del mutuo respeto y la colaboración, significa que lo que deseamos conservar es el bienestar en el vivir. Y esto no es trivial, dado que todo vivir y convivir humano sigue el curso de los deseos. Para que eso pase, uno tiene que vivir en la autonomía. El ser autónomo quiere decir, entre otras cosas, que uno tampoco tiene conflicto con cuidar su espacio, el espacio donde uno tiene la existencia de bienestar. Donde el respeto por sí mismo (la autonomía), el cuidar la pareja, la familia, los hijos, la amiga; no es controlar y restringir, sino que es ser respetuoso de esos espacios y moverse en concordancia con los otros, porque se quiere su compañía. Nosotros sabemos que la noción de globalización parece apuntar en el presente a la expansión del espacio mercantil desde la búsqueda de ganancias para uno, sin que importe mucho lo que pasa con los demás. En cualquier caso, el tema es la emoción desde donde escucho, ya que es ella la que determinará el curso de mi relación con el otro o la otra.

Para que yo pueda oír el emocionar del otro o la otra, debo escuchar sin miedo a desaparecer, esto es, desde el respeto por mí mismo. Por esto pensamos que, para que la globalización no se constituya en una fuente de abuso y dependencia, las personas y los países deben ser autónomos, de modo que puedan decir 'no' o 'sí' desde sí, no desde el temor a perder la oportunidad y quedarse atrás. La colaboración sólo es posible desde el respeto y cuidado por el mundo propio y el del otro. Que los peruanos seamos peruanos y podamos aceptar o rechazar desde el ser peruano, es decir, desde el cuidado de nuestro mundo, lo que el otro propone desde afuera, desde la globalización. La globalización no existe como colaboración cuando la emoción fundamental es la lucha competitiva. La globalización no existe en sí, la globalización es siempre un fenómeno individual.

Estados Unidos, por ejemplo, es un país muy interesante, porque surge en principio abierto a la globalización, al formarse como un país de inmigrantes y como un mundo en el que todo es posible sin arraigo a ningún lugar. Pero la expansión competitiva de ese modo de vivir llevó a la extinción de los habitantes originales como modos de vida, porque la expansión competitiva de un modo de vida implica la extinción de otros modos de vida. Estados Unidos es una cultura de extensión globalizada y los norteamericanos, en verdad, no se sienten de Minnessota, de Massachussets o de California. Tal vez ahora está recién apareciendo el aprecio por el sentir local. Los norteamericanos pertenecen a una historia en la que da lo mismo nacer aquí o allá, trabajar aquí o allá, morir aquí o allá. Pero ese “dar lo mismo” es posible sólo en tanto hay un estado federal que define una legalidad que protege a todos los ciudadanos dondequiera que estén dentro de ese espacio globalizado. Pero, ¿pasa así con la globalización de la que se habla en el mundo ahora?. Si no es así, las emociones que primarán serán la codicia y la competencia, y la globalización llevará inevitablemente al camino de la explotación de unos por otros, porque en la competencia el otro no tiene presencia humana y es sólo una amenaza o una incomodidad.

La globalización vista como un fenómeno de ampliación de las comunicaciones no es buena, ni mala. Lo importante es el emocionar desde donde se vive esa ampliación. Si vivimos la globalización comunicacional desde la competencia, la ambición o la vanidad, ésta será destructiva para lo humano y la biósfera. Si la vivimos desde el mutuo respeto y la colaboración para generar bienestar humano, es posible que la podamos vivir como la gran oportunidad de generar un mundo deseable.

En nuestro país, por ejemplo, la privatización de las compañías de telefonía y la internacionalización de ellas a través de la venta de acciones a las empresas españolas, aceptado desde el argumento de la globalización resulta en que lo que pasa con las empresas telefónicas no tiene que ver con nosotros, si no que se relaciona con los intereses de las empresas españolas. Y cuando decimos “ahora estamos internacionalizados, porque nuestras empresas de telefonía son españolas”, no reconocemos que ahora estamos conquistados desde la telefonía, porque lo que guía el quehacer de esas empresas no es el bienestar del Perú o de los peruanos que las sostiene, si no que el interés de las empresas como ámbitos generadores de riquezas para un mundo ajeno a nosotros. Es central en la educación para una convivencia en la colaboración y el mutuo respeto el respeto por el mundo que se vive en la creación de un mundo de mutuo respeto, sea éste local o global.

En nuestra opinión, ¿Cuál sería la responsabilidad del Ministerio de Educación?

Pensamos que el Ministerio de Educación podría abrir un espacio donde los maestros y maestras participasen directamente en un proceso de formación humana. Esto se hace generando espacios de reflexión y de acción de la clase de seres que somos como seres humanos; a la vez, que actividades que devolvieran a los profesores la confianza en sí mismos a través de una mejor comprensión de su ser y su quehacer, como seres humanos, como profesores y como personas adultas. Este espacio debe orientarse a vivir un proceso de recuperación espiritual y cognitiva a lo largo de sus años profesionales. Así, el Ministerio podría guiar no el detalle de la educación, si no la inspiración del proceso educativo a través de la formación en los fundamentos biológicos y culturales de lo humano de los maestros y maestras. Se trata, en definitiva, de una mirada que reconoce el papel fundamental de la biología del amar en la conservación del bienestar humano de cualquier comunidad humana.

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