domingo, 15 de marzo de 2009

¿La pareja debe reinventarse?

La pareja moderna, fundada sobre el intercambio de sentimientos, es extremadamente reciente. Sólo en el siglo XIX, la pareja era ante todo una institución económica, considerada una unión de los patrimonios familiares por medio del matrimonio. Actualmente, la unión de dos individuos, que se basa exclusivamente sobre el afecto y la seducción, está amenazada por la fragilidad de los sentimientos. Innegablemente, se inclinan más a la separación cuando la pasión deja de estar presente.

Se dice también que el simple hecho de ser pareja reemplaza al primado del individualismo. Sin embargo, el desarrollo personal se ha convertido en una obligación de las sociedades contemporáneas.
Con el pacs o el divorcio, ¿la pareja puede encontrar un punto de referencia?

¡Libres y fieles!

Impregnados de valores individualistas y unidos por lazos afectivos, las parejas actuales no aspiran más a la estabilidad y a la fidelidad. ¿Serán más conformistas de lo que dejan ver las apariencias?

Emmanuelle es una mujer que vive de modo muy liberal con su esposo Jean. En el avión que la lleva a Bangkok para reunirse con su esposo, ella se cruza en el camino de dos hombres con los que comparte fugazmente algunos placeres. En Bangkok, ella se encapricha con dos jóvenes muchachas. Jean, por su parte, desea a su mujer en los brazos de un sexagenario perverso…

Reconocerán la sinopsis de una película famosa: Emmanuelle. Se estrenó en 1974, con una ligera esencia escandalosa, el largometraje ilustraba de manera subversiva una gran novela de relaciones conyugales. Lejos, muy lejos de la fórmula romántica de la pareja tradicional de los años 50´s. La película afirmaba el placer sexual como uno de los fines de la unión conyugal: lugar de la independencia y del desarrollo ideal de los esposos, dejando la búsqueda del placer fuera de la unión.

Toda la generación de los años 70´s no sabe del destino de Emmanuelle, pero les hace mucha falta. Aquellos años marcan una ruptura sin precedentes en la pequeña historia de la pareja. El centro de la sociología actual permite analizar, con cierta distancia, esta transformación de la cual se originan ramificaciones que no acaban de sustentar las relaciones entre los hombres y las mujeres de hoy.

“Sean libres juntos”, así es como Françoise de Singly (1) formula el desafío de la pareja moderna, nacido en los años 70´s. En el modelo de la modernidad, cada uno preserva su vida interior, las parejas son “dos sin confundirse”. La ruptura se contempla como una posibilidad desde el inicio. Cuando la unión deja de ser sinónimo de desarrollo personal para ambas partes se termina, sin mantenerse basada en cálculos positivos resueltos normalmente por ambas partes de la pareja.

Para Anthony Giddens, la pureza toma actualmente el lugar del romanticismo, pureza entendida como autenticidad. Pero, paradójicamente, a ventaja de las mujeres, el romanticismo finalmente descansa sobre una desigualdad de géneros y sobre una demanda de exclusividad sexual. Para éste sociólogo, en efecto, el modelo de fusión romántica no funciona si uno de los esposos no acepta subyugar su subjetividad a la del otro. Históricamente, él afirma, han sido las mujeres quienes han estado destinadas a “desaparecer” en la pareja. Ti-Grace Atkinson (2), nos ha dado una fórmula que reafirma la representación de las mujeres como víctimas del “canibalismo metafísico,” por medio del matrimonio (las mujeres hacen del amor lo más esencial del su vida a diferencia de los hombres).

Por su parte, Sergio Chaumier llama “amor fusional” a este nuevo tipo de relación entre los miembros de una pareja. Para él, a menos que el ideal romántico esté en elaboración, la fusión no cabe dentro de las prácticas cotidianas. El tiempo está a la ocurrencia del ternario: 1+1 =3. La relación es la unión de dos historias, que se dan sobre una tercera. Está lejos la época en la que la pareja significaba compartir todo, como el programa de televisión o las salidas con los amigos.

La pareja no es más la confusión de dos destinos… El individuo moderno sueña con una unión total que respete su autonomía y su independencia personal. Particularmente son las mujeres quienes tienen el deseo de vivir por ellas mismas.

Tipo de unión / Año
Pacs (según Ley Noviembre 1999)
Matrimonios
Divorcios
1970

393 700
40 000
2000
22 000 (24% parejas del mismo sexo)
297 900
114 005
2005
60 470 (10% parejas del mismo sexo)
271 600
152 020

Juntos, pero cada uno en su casa…

Esta transformación de la intimidad se revela en los nuevos modelos de la vida en común. Las uniones no solamente son más tardías (dejando tanto al hombre como a la mujer la necesidad de realizarse, por ejemplo, por medio de los estudios y de acumular experiencias sentimentales) pero, estas uniones no implican automáticamente la convivencia. Así, un mismo individuo puede afirmar que vive en pareja y que cada uno conserva su residencia. Para Jean Claude Kaufmann, actualmente para ser pareja ya no es necesario compartir lo cotidiano, basta con “declararse pareja”.

Sin embargo, él caracteriza el peso de la no-convivencia en los nuevos modos de conyugalidad, para de la mayoría de casos, como un modo de unión que no es una verdadera opción de vida. Constituye, a menudo, un tiempo de transición, dejando el camino libre a otras experiencias sentimentales, para luego poder precisar juicios y expectativas personales.

Otra novedad en las diferentes formas de unión es el pacs (pacto civil de solidaridad). En el caso de las parejas heterosexuales, explica el psiquiatra Sergio Hefez, este nuevo modo de unión es una toma de posición moderna y pragmática de la sociedad. Constituye una alternativa al matrimonio, a menudo juzgada de manera “sucia”, con el fin de inscribir la unión en una realidad material (compartiendo los bienes, etc.). Es un hecho notable que el pacs aumente cada año, mientras que el patrimonio de las parejas homosexuales disminuye (ver tabla).

Para algunos sociólogos, asistimos a una convergencia entre parejas homosexuales y heterosexuales. Las cifras lo confirman: actualmente se ha incrementado el deseo de tener hijos propios en las parejas homosexuales. El 50% de las personas homosexuales viven en pareja, 10% tienen niños y de 40 a 50% desean tener niños. Como señal de esto, la APGL (Asociación de Padres y Futuros Padres Gays y Lesbianas) creada en 1986 ha visto duplicar sus ganancias en los últimos años. De 75 miembros en 1995, ha pasado a tener 1 400 en la actualidad. Esta transformación social parece entrar progresivamente en las mentalidades de los individuos: el 46% de los franceses están de acuerdo con que “los niños de padres homosexuales o heterosexuales se desarrollan de la misma manera” (Iföp, Diciembre 2006).

La fidelidad, la Madeleine de Proust de la pareja moderna

Existen nuevas formas de actitudes frente a las parejas, pero en lo visto la atracción por el matrimonio tradicional y la vida de familia queda poco manifiesta, basta observar a las parejas gays para reconocerlo. Otorgar a los poderes políticos el medio para la oficialización de la unión es enfrentarse cara a cara con lo manifiesto. Aunque los pacs aumenten cada año, están por debajo de las cifras de matrimonios celebrados. En el 2006, se celebraron tres veces más matrimonios que pacs. ¿La pareja futura será de alguna manera más tradicional de lo que las representaciones actuales dejarían traslucir?

Finalmente ¿la pareja moderna redefine las relaciones entre hombres y mujeres? Parece que cuando la pareja se forma las atribuciones clásicas de los hombres y de las mujeres se reencuentran, a menos que las jóvenes sean muy liberales. Un ejemplo de esto se observa en el gran impacto que tiene la paternidad en la vida profesional de los hombres que viven en pareja (3). Paralelamente, las madres en su mayoría parecen tener ganada la independencia del trabajo, ya que un 20% de ellas no trabaja, mientras que sólo el 3% de ellas no tiene hijos.

Interrogar a la nueva pareja significa también ver al lado de los jóvenes la evolución de las representaciones de la unión conyugal. En el marco de una larga investigación realizada en un periodo de 12 años en la universidad de Liége (4), se les preguntó a individuos mayores de 18 años sobre su vida íntima. Se observó un claro distanciamiento de los valores de épocas pasadas. En los años 70´s, era frecuente tener varias parejas y tener relaciones sexuales con varias parejas a la vez. En el 2002, fecha de la encuesta, sólo el 3% de los individuos de 30 a 35 años indicó ese tipo de unión, porcentaje que no supera al de las respuestas de los jóvenes. Mientras que, el 62% de los individuos menores de 20 años estuvo de acuerdo con la afirmación sobre lo esencial de la fidelidad para la felicidad de la pareja, cifra que se asemeja a lo respondido por los individuos mayores de 45 años.

El amor sin sentimiento es condenado, no por respeto a uno mismo; si no, como lo afirma la socióloga Bernadette Bawin-Legros, porque “los hombres y las mujeres postmodernas desean ternura e intensidad afectiva”. Para ella, ser fiel cuando se ama es una absoluta necesidad, de igual manera esto se requiere para luego llegar a la formalidad y a tener una relación duradera.

La separación se da más fácilmente, el marco legislativo da una cierta flexibilidad en este sentido, pero se busca una comunión de sentimientos en el momento de la unión. Los jóvenes no defienden el derecho al goce, actualmente buscan tener una pareja estable y ya no una consumación sexual sin amor. Dejan de lado la vida infantil, regresando con fuerza al compromiso, producto de los antiguos rituales observados en sus casas. ¿Las nuevas generaciones podrán ser el testimonio del regreso del balance?

La vida de a dos, capullo afectivo

El hecho de presentar todos los comportamientos del tema nos permite, según la sociología, demistificar el sexo. Para algunos sociólogos, muchos de los niños de la generación del 70, marcados por la separación o el divorcio de sus padres, buscan una seguridad afectiva. Declarar la “fidelidad” como el valor central de la pareja no es sinónimo de respetar un régimen de estricta monogamia dentro de la unión conyugal. Sin embargo, la encuesta realizada en Liège tiene el mérito de preguntar sobre las “representaciones” de la pareja en los jóvenes. Saber que “hace” la pareja inmersa en el espíritu de la nueva generación también se detalla en dicho estudio. Se esperó que la respuesta de los jóvenes fuera menor a la de sus mayores si se trata de considerar la convivencia como signo esencial de la vida conyugal. Solo el 8% de los individuos menores de 20 años afirmó que “convivir bajo el mismo techo” es lo que funda la unión. Tener hijos no es considerado como el inicio de la vida conyugal, a penas el 5% de los menores de 20 años creen que la reproducción da a la dupla una identidad de pareja. Por el contrario, el 55% percibió que “compartir ideas y sentimientos” es lo esencial en la vida de a dos. Nada asombroso, afirma la sociología: la nueva juventud ve en el desarrollo personal un grial a obtener, desarrollo que pasa por la pareja, pero también por el trabajo y las actividades de ocio.

En una época simbolizada por el incremento del individualismo, el desarrollo personal toma importancia. En el nombre del “Bien-hacer”, se promueve conjuntamente las nociones de éxito, performance y la búsqueda de una vida interior enriquecida. La nueva pareja es la imagen de estos ideales. Exige todo en calidad de sentimientos, limitada por el tiempo (no vacilan separarse cuando el sentimiento desaparece o cuando se rinden) y sigue los valores de la época. La generación moderna es la portadora de ideales reconfortantes de realización de sí mismo, que se conjugan con la búsqueda de una unión duradera, compuesta por autenticidad, sinceridad y estabilidad. “El espiral del individualismo no equivale al desenfreno del cuerpo, pero sí a la búsqueda de relaciones constructivas”, resume B. Bawin-Legros. Para la nueva pareja, reivindicar la individualidad no significa forzosamente tener todas las libertades.

Florence Mottot

(1) François de Singly, Libres ensemble. Líndividualisme dans la vie commune, 2000, rééd. Armand Colin, 2005
(2) Ti-Grace Atkinson, L´Odyssée dune amazone, éd. Des femmes, 1975.
(3) Thomas Couppié et Dominique Epiphane, “Vivre en couple et être parent: impacts sur les débuts de carrière”, Bref, nº241, mai 2007
(4) Etude cite par Bernadette Bawin-Legros, Génération désenchantée. Le monde des trentenaires, Payot, 2006


FRANÇOIS DE SINGLY, SOCIÓLOGO

¿La identidad en contra de la igualdad?

El compartir equitativo de las tareas domésticas no se da siempre… Pero en las parejas contemporáneas, esta “desigualdad doméstica” podría tener fructuosas compensaciones para las mujeres, nos explica el sociólogo François de Singly

En Francia, como en otros lugares, todos los estudios muestran que, tanto en la pareja como en la familia, es la mujer la que, con toda seguridad, continua encargándose de la mayor parte del trabajo doméstico y del cuidado de los niños. A menos que se contradiga la evolución de las mentalidades que hablan de la igualdad de los sexos, la repartición de los tareas domésticas y una atención igualitaria de los padres y las madres a sus hijos ¿A qué se le puede atribuir esta “desigualdad doméstica”?

Como resultado de dos años de encuestas y de entrevistas con parejas casadas, no casadas, convivientes o no, François de Singly publicó La injusticia doméstica. Para éste sociólogo, que ha estudiado las transformaciones de las familias contemporáneas, esta asimetría doméstica no se reduce a las astucias de la dominación masculina como lo adelantan muchas explicaciones feministas. Estas explicaciones del nuevo funcionamiento de las parejas actuales tienen su base en el siguiente argumento.

Todas las estadísticas muestran que en materia de obligaciones domésticas, las mujeres trabajan el doble que los hombres. ¿Por qué la desigualdad de sexos parece resistir más en la pareja que en lo profesional, social, etc.?

En las sociedades actuales, los individuos reclaman la igualdad pero también el reconocimiento. Es así que, en pleno movimiento feminista, se reivindica la idea de que “mi cuerpo me pertenece”, las mujeres quieren tener más poder sobre ellas mismas y dejar de ser mujeres-objeto. La igualdad es un valor, pero un valor a partir de los otros. El progreso de las mujeres en su emancipación es incalculable y comprendido en su vida conyugal. Pero, en la pareja, el reconocimiento de la identidad sexual de cada uno es muy fuerte. Es aquí donde aparece muy claramente en nuestras encuestas que los hombres y las mujeres quieren ser identificados como “hombres” y “mujeres”. Los artículos feministas lo demuestran: queda en segundo plano responder cuánto tiempo demorará saber cuál es la verdadera dimensión del género o del sexo. En la sociedad, esta dimensión personal – a título justo - está alterada en nombre de la igualdad. En las ofertas de empleo, se debe siempre precisar si se busca contratar a un hombre o una mujer luego de la especificación del puesto, etc. La sexualización de la relación profesional está (en principio) prohibida y castigada por las leyes.

En la intimidad, esta dimensión vuelve a ser legítima con el fin de asegurar el reconocimiento de la identidad personal. En caso de que a una mujer le parezca inaceptable que la silben en la calle, difícilmente soportará que su pareja no la admire cuando ella le coquetea. La articulación entre igualdad y reconocimiento está normada, en parte, por la diferenciación entre la esfera pública y la esfera privada.

Usted sugiere que el hecho de que las mujeres se encarguen del cuidado de su familia es una especie de compensación de esta “injusticia doméstica”…

Uno de los cambios que llegó después de 1970 es el crecimiento de las normas dentro de las relaciones. Hoy en día, cualquiera que sea el logro profesional o social de un individuo, su reconocimiento reposa también sobre la calidad de sus relaciones con las personas cercanas. Dentro de la familia, son las mujeres quienes tejen las relaciones. Son ellas quienes, a pesar del precepto de la igualdad, las que reportan más casos en la toma de vacaciones de sus trabajos para ocuparse de sus hijos, para acogerlos en sus dificultades. Así, ellas pueden preparar la cena mientras hablan con su hijo adolescente sobre su problema de acné… Por la mediación del trabajo doméstico, las mujeres tienen mejores relaciones con sus hijos. Además de la práctica sexual en la pareja, el reconocimiento de la identidad de género - o de sexo - pasa por esta modalidad relacional.

¿Basta con justificar que las mujeres se quedan más en cargo de las tareas domésticas que los hombres?

No, todo esto recibe el apoyo de las significativas migajas de la dominación masculina. La carga del trabajo doméstico está diferenciada según el interés de la tarea y de los beneficios que tiene… Cocinar a fuego lento el manjar preferido de uno o preparar la torta de cumpleaños del otro es muy gratificante en comparación de limpiar las ventanas. El hecho de que las mujeres están obligadas a hacer aquello que los esposos consideren como carga es una prueba de la existencia de dominación. Hoy en día, el sentimiento de desigualdad ha disminuido por la comprensión del trabajo doméstico, esto ha hecho que se delegue (a las máquinas o a terceros) una parte de las tareas - las más ingratas - y se tiene mayor autonomía para efectuar este trabajo.

A medida que usted avanza su libro, aparece la idea de que las mujeres son más autónomas y los hombres más independientes. ¿Se podría preguntar si no hay diferencia “natural” entre los dos sexos? ¿De qué manera su teoría explica esto?

Mi teoría postula que lo social no se explica por lo social. Una gran parte de las diferencias de la socialización se relaciona con el género del individuo. Lo que aprenden las niñas pequeñas jugando con muñecas es a ocuparse de otros (el cuidado), lo que interiorizan los niños jugando con carritos es a cultivar su placer personal. Es así que, los hombres son más “egoístas” que las mujeres. Según el ideal contemporáneo, el individuo debe ser independiente y autónomo. En realidad, los hombres cultivan más su independencia, sus carreras profesionales, mientras que las mujeres crean un mundo en el que ellas viven – en la mayoría de las parejas ¿Quién decide decorar la casa o preparar el lonche? -, beneficiando así una autonomía más fuerte. La tensión filosófica entre la independencia y la autonomía se refleja en la división del trabajo entre los géneros.

¡Las relaciones entre hombres y mujeres dentro de las parejas tienen los mismos cambios!
Totalmente, la desventaja creada por la dominación masculina, con la delegación del trabajo doméstico, ha estado en parte (y solamente en parte) transformada por las mujeres en un nuevo beneficio relacional. Cuando se mide el tiempo que pasa el padre con sus hijos, se percibe que es un tiempo familiar, en presencia de la madre. Los padres no se quedan exclusivamente a solas con sus hijos.

Sin embargo, las cosas pueden cambiar. Los hombres comienzan a invertir más tiempo con sus hijos. En otros lugares, ellos ya no pueden ejercer dominación, pero se permiten muchos comentarios sobre el modo como las mujeres administran la casa. Las mujeres que acepten, para bien o para mal, el compromiso de tomar dos tercios del trabajo doméstico con la condición de tener el manejo de los asuntos de la familia, se basan en la afirmación: soy yo quien hace, ¡por lo tanto soy yo quien decide! Las mujeres se sienten más responsables del “nosotros”conyugal o familiar. Mientras que los hombres se vuelven los “dominantes silenciosos”.


Martine Fournier

El largo camino del amor….

Durante largo tiempo, el amor ha sido un pasajero clandestino en la pareja. Hizo falta esperar el siglo XIX para que el matrimonio cediera un espacio más grande a los sentimientos y a la seducción.

La presencia de alabanzas sobre los nichos funerarios romanos hechas por los esposos a sus difuntas mujeres no deben de ilusionarnos. Estos maridos no experimentaron afecto, pero reconocieron que sus esposas no les fueron jamás causa de preocupación, que no tuvieron que corregirlas y que ellas les fueron fieles. En la antigüedad, la esposa fue, ni más ni menos, un componente más de la casa; ella debía, cual esclava, obediencia al amo. Ante esto, la noción de pareja estaba muy alejada de la actual, por lo que podemos suponer que ha pasado por una serie de cambios con el correr del tiempo. La historia de la vida conyugal puede ser comparada a las capas geológicas superpuestas, organizadas en tres grandes estratos: después de la era del matrimonio está la era del amor, luego la era de la sexualidad. Estas, a veces, pueden oponerse entre sí, pero son ordenadas para llegar a la conocida idea de que dos personas que se aman pueden construir juntas su destino, cualquiera que sea el estatuto que las una: matrimonio, pacs o convivencia.

La pareja como alianza

Hace mucho tiempo la pareja no existía fuera de los lazos del matrimonio. El mundo greco-romano la consideraba solamente bajo el aspecto institucional, desde su función de conceder a los pobladores la ciudadanía. El cristianismo cambia esto, afirmando la igualdad de sexos con el fin de adoptar la moral estoica que se impone en el siglo II de nuestra era. Esta moral concibe la sexualidad como una perturbación de la voluntad y, por lo tanto, como una amenaza que la Iglesia percibe como una extensión del pecado original. Sobre la pareja pesa ahora el gran riesgo del instinto sexual, señal de la bestia que hay que dominar en el ser humano. Pero, por otro lado, las exigencias cristianas definitivamente hacen que la pareja se forme, ya que la Iglesia impone el matrimonio monógamo, consensual e indisoluble, pedestal sobre el que se construye la vida conyugal occidental. Aunque, la moral del clero difícilmente se impone del todo a los pueblos bárbaros convertidos al cristianismo.

Los reyes francos eran polígamos y se divorciaban según se presentara la posibilidad de una nueva alianza prestigiosa. Las mujeres eran vistas como trofeos para el patrimonio económico y, bajo estas condiciones, la pareja era señal del amarre entre dos señores pudientes. Sin embargo, no sucedía lo mismo con los pobladores sin grandes recursos y amenazados por una vida dura. Los pobres tenían más uniones voluntarias con una pareja solidaria y sólida como prenda de una vida mejor, en vez de convertirse en célibes. Para las cabezas del estado, afrontar las diferencias del clero y de los caballeros sobre la moral conyugal duró más de 600 años, la legislación canónica triunfó a partir del siglo XII. Con el fin de la poligamia, la Iglesia impone el matrimonio, siempre y cuando se tenga el consentimiento de los novios, de por vida. En teoría, este es el fin de las uniones forzadas y en inicio de que la pareja sea duradera.

¿Es este el inicio de la llegada del amor en la pareja? Nada es menos cierto. Para los cleros, únicos eruditos de la Edad Media, fue poco creíble que la sexualidad se diera solamente dentro del marco del matrimonio. En consecuencia, es fuera del matrimonio en donde se da la imagen de la pareja enamorada, como la formada por Eloisa y Abelardo. Los grandes mitos, como los de Tristan e Iseult, testifican el interés puesto en el afecto conyugal y en la desconfianza con respecto a la pasión. El amor no se puede vivir de otra manera que no sea clandestina, es un sentimiento desconcertante incapaz de justificar una relación conyugal verdadera.

Se tuvo que esperar hasta los siglos XV y XVI para que estos supuestos susciten muchas reflexiones por parte de los pensadores humanistas. Encarando el espectacular incremento demográfico que siguió a las grandes epidemias de peste, se dibujan los contornos de una nueva moral social que valora al matrimonio y a la familia. Esta incita a los hombres a entrar a la vida conyugal sin temor y sin prejuicio, con el fin de sellar una relación favorecida con su pareja. Según los diferentes ritmos de desarrollo de los países, aparece un esfuerzo pedagógico, a favor de los esposos, que explica infatigablemente sus deberes recíprocos, sus deberes de padres y sus deberes cristianos.

Del matrimonio arreglado al derecho al amor…

En Francia, hacia la mitad del siglo XVII este esfuerzo es mantenido mayoritariamente. Pero, aun cuando la institución matrimonial se aceptó por todos, los críticos no faltaron y se centraron en la manera de cómo terminar las uniones. Los nobles y la burguesía, ansiosos por conservar o aumentar su patrimonio, buscaban las dotes y los nombres prestigiosos. Con esto, se oponían a la búsqueda de sentimientos con el fin de encontrar riqueza y reconocimiento social. Esta tensión es perceptible, ya que es el tema preferido dentro de la literatura. Las piezas de Moliére siempre terminan en un matrimonio entre dos jóvenes a los que los padres no aprueban para sus hijos. Aquellos testimonios de vida hablan de la gran satisfacción que genera los matrimonios por amor. Un buen hombre normando, Henri de Campion, evoca en sus memorias su profunda originalidad para reproducir a su medio social. El no quiere una esposa con buena dote, sino una mujer joven, bien educada, inteligente y seductora.

Los matrimonios por conveniencia eran parte de las categorías sociales superiores, mientras que la población menos afortunada gozaba de mayor libertad. Para el pobre, los esposos podías ser de edades contemporáneas y los matrimonios eran más tardíos y terminaban, por lo general, después de la muerte del esposo. Después de esto, quedaba la esposa, de la misma generación que su esposo, pudiendo resistir y entablar amistad con un compañero de buen corazón.

La aspiración de encontrar el amor dentro del matrimonio es una gran demanda del siglo de las Luces. Un hecho resaltante fue encontrado en 1744. El joven abogado, Charles de La Bédoyère, fue reprochado por sus padres debido a contraer matrimonio con una actriz, sin su consentimiento. Los padres afirmaban que dicha unión era indigna para su condición. El hijo argumentó que amaba a Agatha, la cual se encontraba embarazada de él y que él como hombre digno que era proveería de protección a su nueva familia. Su unión fue confirmada oficialmente por el tribunal, el cual reconoció el derecho al amor del joven.

De la ilusión romántica a la revolución sexual…

Los cambios políticos de la Revolución no acompañaron a la libertad de amar, a pesar de un pequeño acercamiento al divorcio que aparece en la legislación canónica después de una veintena años. La posibilidad de divorciarse queda suprimida en la Restauración y fue restablecida por la ley Naquet en 1884. Con la abolición de los privilegios, los esposos se eligieron libremente y, por lo tanto, la sociedad de 1789 se distanció de las dotes y las ganancias, así como de los matrimonios arreglados. Esta sociedad se mostró puritana y misógina, se acentúo la potestad paterna y se relegó a la mujer a los espacios privados. La discriminación sexual consagró a la mujer a la intimidad, la maternidad y a las tareas domésticas. Durante este siglo, quien soñó románticamente con la pureza, encontró frustraciones. La pareja se construyó sobre un malentendido entre una joven mujer ignorante de las cosas de la vida y un hombre dominante. Los médicos tomaron la posta del clero y de los confesores y, argumentaron sobre los objetivos de la pareja, siendo el primero de todos el concebir un hijo. Ellos afirmaban que solamente la maternidad apaciguaba el frenesí sexual de las mujeres y desecharon su demanda al placer.

Al finalizar el sigo XIX se dibujó una nueva pareja conformada por una mujer más informada y un hombre más preocupado por su pareja, actitud que se reforzó después de la II Guerra Mundial. Todas las uniones que se dieron después de los años 1970 tuvieron como pasaje obligado unirse con amor. El erotismo se acrecentó a partir de la liberación de las conductas tradicionales originada por la Revolución Sexual. Amor, sexo y placer son los componentes de una relación lograda que, de ahora en adelante, se desvanece en múltiples variantes.


Agnes Walch

¿La monogamia es natural?

Poligamias, poliandrias, monogamias…. Todos los tipos de parejas se dan en la naturaleza. ¿Cómo se explican estas variantes de unión entre hombres y mujeres? ¿Pueden deducirse estas explicaciones para la especie humana?

¿La monogamia es propia del hombre? Esta pregunta sigue siendo el objeto de muchas discusiones en las que se cruzan muchas corrientes de pensamiento desde ya hace mucho tiempo. Algunos evolucionistas sostienen que vivir en pareja constituye una ventaja adaptativa para el ser humano. A estos se oponen los que consideran que la monogamia es una construcción cultural que nos condena a un conflicto inútil con nuestras disposiciones biológicas.

La monogamia ¿Una ventaja adaptativa?

Es cierto que en la naturaleza, el régimen más frecuente es la poligamia, es decir, la unión de un macho con muchas hembras. Después de los años 60´s los ecologistas comportamentales analizaron la organización social de la reproducción y, por lo tanto, de la asimetría fundamental entre el potencial reproductor de los machos y de las hembras. El hecho de que un sólo espermatozoide sea necesario para fecundar un óvulo hace que cada macho sea a priori capaz de fecundar un gran número de hembras. Por el contrario, una hembra no gana nada multiplicando sus parejas sexuales, ya que un sólo y único macho es suficiente para fertilizar los óvulos que ella produce en cada episodio reproductivo.

Sin embargo ¿Cómo se puede explicar la presencia de la monogamia, aunque en menor medida, dentro de una gran gama de especies de invertebrados y vertebrados? En el caso de las termitas, por ejemplo, las colonias son fundadas por una única pareja de reproductores. ¿Por qué la poligamia no es el único modelo de unión? De hecho, en muchas especies los machos son enlazados a la monogamia por razones de orden económico, ya que los recursos necesarios para sobrevivir no están repartidos de modo que permita la reagrupación de las hembras al grupo. Cuando los recursos se encuentran poco en el medio, las hembras deben dispersarse para explorar el territorio en busca de éstos. Como no se tiene un espacio suficientemente rico en recursos para acoger a las hembras y a los otros machos progenitores, se vuelve imposible para un macho controlar o enfrentar a sus rivales. Los machos no pueden, por lo tanto, ser polígamos a menos que las condiciones ambientales se lo autoricen.

Por otro lado, algunas presiones anatómicas pueden canalizar hacia una vida monógama según en el curso de la evolución. Es así que, el 95% de las aves son socialmente monógamas versus cerca del 5% de los mamíferos. Esta diferencia se explica fácilmente, ya que para los mamíferos la gestación se da dentro del vientre materno y la lactancia libera a los machos de su participación en los cuidados parentales. Para las aves es totalmente distinto, porque si el macho no participa de la incubación de los huevos, existe mayor probabilidad de que el empollamiento fracase, ya que cuando la hembra deba abandonar el nido para alimentarse, por ejemplo, el macho deberá de tomar su puesto. Aquí, es el suceso de la reproducción el que se pone en juego.

Ahora bien, todas las parejas se dan en la naturaleza. Existen las uniones poligámicas o monogámicas, como también existen diferentes tipos de monogamias: monogamias que cuenta con el cuidado de los padres para los hijos o no, monogamias con fidelidad o infidelidad… La asociación entre la monogamia y los cuidados de ambos padres es un modelo tradicional particularmente en el caso de las aves, ya que no se establece como regla absoluta, a menos que sea necesario, en cualquier otra especie. Algunas especies practican una verdadera monogamia sin tener muy presente los cuidados parentales. Este es el caso de los peces en los que los hijos, nacidos como larvas plactónicas, son autónomos desde el nacimiento. En ciertos casos, la monogamia puede tener un macho víctima que queda en total cargo de los cuidados. Este caso se observa, sin lugar a dudas, en los caballitos de mar, el cual es un punto paradójico para el enfoque evolutivo según los biólogos.

La paradoja del Caballito de mar

En el caso de este pequeño animal marino, solo los machos son inducidos a conocer las alegrías del embarazo, ya que poseen un buche incubador interno, situado en la cara ventral, en la que la hembra deposita los huevos fecundados después de la copulación. De esta manera, las hembras se ven eximidas de todo cuidado parental. El padre es el único que se encarga de la protección y de la alimentación de los embriones, de esta forma ellas tienen asegurada la totalidad de la gestación por medio de los machos. Pero, esto no significa que los machos pierdan sus características masculinas, es más, la competencia entre ellos es intensa para “quedar embarazado” por una hembra.

Otra particularidad de los caballitos de mar es la fidelidad, casi indefectible, que ellos tiene hacia sus parejas: cada hembra le confía sus huevos a un macho que en reconocimiento no acepta los huevos de otra hembra. Esta fidelidad es cuidada diariamente a base de ceremonias, que se dan cada mañana antes de separarse el resto de la jornada y de ocuparse en sus labores respectivas cuando el macho y la hembra intercambian reverencias. Si la distancia que los separa es inferior a cincuenta centímetros cúbicos, se observa que aceleran súbitamente su nado para reunirse, como si estuvieran “impacientes” de estar juntos.

Sin embargo, la estabilidad de las parejas no constituye una dimensión de la monogamia, susceptible de variar enormemente de una especie a otra. La monogamia, dentro del mundo animal, no implica una relación a largo tiempo. El albatro aullador, que vive más de 50 años, conserva la misma pareja de año en año, mientras que el flamenco rosado, que vive la misma cantidad de años, “se divorcia” sistemáticamente cada año. Esta radical diferencia se explica por un conjunto de características biológicas propias de cada especie.

En fin, la monogamia social no implica la monogamia sexual. Este ha sido uno de los mayores descubrimientos de la ecología comportamental y que ha sido posible gracias al progreso de los análisis genéticos. En el caso de las aves monógamas, del 10 al 70% de los casos, según la especie, el padre biológico de los polluelos no es el que está en el nido. No se podría terminar de contar las especias socialmente monógamas, en que las hembras copulan con otros machos además de su compañero social, siendo éste el máximo código conductual para elevar la reproducción de las hembras y la continuación de la especie.

A la búsqueda de una monogamia humana…

¿La monogamia animal puede ser una referencia para justificar o invocar la monogamia humana? El cuestionamiento a propósito de los orígenes naturales de la monogamia humana no es nuevo. En el siglo XIX, Rémy de Gourmont dudó de encontrar una especie animal conformada por la monogamia ideal para justificar la monogamia de los humanos: “No hay animal monógamo que haga una sola vez el amor en toda su vida (…) De hecho hay monogamias que no son necesarias, ya que la vida del animal es bastante larga para que pueda reproducirse muchas veces”, afirma el autor sin vacilar. La cuestión de la monogamia animal es tangible desde el siglo de las luces. Esto se justifica por la “naturaleza” del modelo de la vida conyugal de los humanos impuesto por la Iglesia. En el siglo XVIII, el naturalista Buffon alababa los méritos de la unión monógama de las aves, en la que reconocía “mayor ternura, mayor vínculo, mayor moral en el amor” a comparación de los casos de la mayoría de cuadrúpedos.

¿Se pueden buscar las causas “naturales” de la monogamia humana, capaces de zanjar el debate del paso de una monogamia animal a una monogamia humana natural? Todo lo anteriormente presentado contribuye a establecer que la monogamia animal no proceda necesariamente de un determinismo natural, ésta puede ser más bien el fruto de una adaptación de orden económico. En consecuencia, toda referencia a un carácter natural al paso de una monogamia animal a una monogamia humana parece un camino poco pertinente. Más aún cuando, la mayor parte de las especies de monos evolutivamente cercanos al hombre no son monógamos.

¿La ausencia de una referencia “natural” nos prohíbe desarrollar un análisis científico de la monogamia humana? Ciertamente es así, a condición de no caer en una caricatura del hombre voluble y la mujer casta. Los psicólogos evolucionistas han avanzado con sus encuestas, consideradas reveladoras para el sostenimiento del temperamento de cada sexo, a través del tiempo y de las culturas. Es así que, el consumo de pornografía es muy inferior en el caso de las mujeres comparándolas con el caso de los hombres, cualquiera que sea la nacionalidad.

Esto se ha erigido como prueba irrefutable de que la selección natural ha formado a las niñas para ser profundamente monógamas, mientras que los hombres son esencialmente polígamos. Triste argumentación que ignora la sexualidad hedonista de los humanos que está liberada de toda finalidad reproductiva, después de mucho tiempo. Es obligatorio mencionar que la atracción de las mujeres por la pornografía (generalmente elaborada según los gustos de los hombres) varía mucho en el espacio y en el tiempo, en relación directa con el grado de emancipación de la especie humana, que ha sido genéticamente embarazada dentro de estructuras rígidas.

Ante esto, conviene sustituir la realidad de la plasticidad del sistema nervioso humano, que autoriza un ajuste amplio de conductas y de estados mentales, por las variaciones del ambiente. La identidad sexual del hombre se construye dentro de una referencia cultural y económica. En los últimos años, las mujeres noruegas tomaron su independencia económica y, paralelamente, empezaron a tener el mismo comportamiento sexual y los mismos juicios sobre la sexualidad que los hombres.

Para algunos, la educación tiene un impacto significativo sobre el comportamiento sexual de los individuos. Una encuesta realizada a mediados de los años 70´s en Estados Unidos muestra que la mayoría de chicos y de chicas que habían recibido un nivel de educación superior comenzaban su vida sexual más tarde, es decir, a más nivel de educación, más tarde comenzaban.

El meollo de saber si la especie humana es monógama o polígama no se basa en términos naturalistas. Una mayoría, más o menos constante, de mujeres económicamente pudientes de las sociedades occidentales se vuelve irremediablemente autónoma. De hecho, ellas, además de haber logrado la igualdad con los hombres, son las figuras principales de la vida en pareja. Absueltas por el placer sexual, ellas se revelan más capaces que los hombres de privilegiar la fidelidad en la diversidad de sus relaciones amorosas. Es así como, progresivamente la especie humana se instala dentro de una monogamia continua, punteada de uniones y separaciones iniciadas equitativamente por cada sexo, siendo una especie de compromiso entre la ventaja económica de una vida de a dos y la tentación, más o menos fuerte según cada individuo, de exacerbar sus placeres en lo desconocido.


Frank Cézilly


Libres variaciones que causan la relación de pareja

¿Cómo escogen su pareja?

Sentirse atraído por otra persona no es cosa del azar, ni nace de pulsiones inconscientes oscuras. Existe un “espacio social” de reflexiones amorosas. Por lo general, se escoge a la pareja en función a los criterios valorados en el seno de un grupo social, como por ejemplo, tomando en cuenta hábitos, gustos, etc. Se encuentra la pareja en un grupo de amigos, en el medio laboral… Este es el fenómeno de la homogeneidad social que ha sido extensamente estudiado por los sociólogos.

¿De qué manera los juicios psíquicos entran en este juego? Las mujeres de ambientes populares aprecian que los hombres tengan cierta solidez psíquica sumada a un comportamiento “serio”, ya que ambos conforman el ideal de estabilidad. Las mujeres de mejor condición económica quieren hombres delgados y altos, criterios que ellas perciben como manifestación de superioridad social. De igual manera, éstas buscan que hayan recibido buena educación, premisa de una buena integración socioprofesional.

Si bien es cierto que es predominantemente la preferencia por las mujeres delgadas en el caso de los hombres, los obreros se distinguen por preferir a las mujeres más “redondeadas”. El modelo femenino más preferido es el de la mujer delgada, alta, rubia y de ojos claros. Por otro lado, para los hombres, el vestuario juega un rol importantísimo a la hora de la elección de la pareja. El 60% de ellos se fijan en cómo ella está vestida en la primera cita.

Cualidades necesarias para una pareja

Lo que buscan las mujeres en un hombre
32.2%
Serio
29.9%
Afectuoso
27.4%
Trabajador
24.3%
Tranquilo

Lo que buscan los hombres en una mujer
31.2%
Seria
28.7%
Simple
22.2%
Bonita
21.7%
Risueña

Los hombres valorizan las competencias relacionales de la mujer. Las mujeres por sobre todo valorizan la capacidad de compromiso y el desarrollo profesional del hombre.

Florence Mottot

¿El dinero pertenece a un solo sexo?

“El éxito para el hombre es ser rico y ganar más dinero que el que su mujer pueda gastar” bromea Sacha Guitry. ¿El dinero pertenece a un solo sexo? A menudo, ambos integrantes de la pareja trabajan para suministrar la cuanta bancaria, el estereotipo de la mujer gastadora y del hombre ahorrador ha caducado. Ambos pueden derrochar el dinero, sin embargo negocian su uso.

Ante esto ¿los gastos conyugales no tienen sexo? Una encuesta realizada en el 2004 muestra que el 75% de las mujeres y el 62% de los hombres consideran que “Ambos sexos no se comportan igual en el caso del dinero”. Bernard Prieur y Sophie Guillou, psicoanalista y periodista, respectivamente, argumentan: la división de los gastos se da de manera tradicional en las parejas a pesar de la emancipación profesional del sexo conocido como “débil”. Para las mujeres, los gastos son habituales (alimentación, vestido, eventuales gastos de los niños). Para los hombres, la mayor cantidad de gastos (vivienda, electrodomésticos) son impuestos. ¿Esta división ciertamente sociocultural será en parte natural? Para Prieur y Guillou, en lo monetario está intrínsicamente enlazada la noción de placer, por lo que no es absurdo pensar que se goza con el uso del dinero como se goza en el lecho conyugal. Hombres y mujeres no gozarían con los mismos gastos. Por lo que, los hombres serían atraídos naturalmente por los gastos referentes al poder, mientras que las mujeres serían atraídas hacía los gastos que asistan el bienestar y la belleza. El hombre estará más relacionado con el tener, la mujer con el ser.

Prieur y Guillou, constatan, como otros que “los pacientes que llegan a la consulta terapéutica abordan con menor pudor algún problema sobre su sexualidad que sobre la división del dinero” ¿El dinero es un tabú? Con mayor precisión se podría decir que es la articulación entre los sentimientos y el dinero lo que crea un problema. Siguiendo el teorema “el amor es gratuito”, cuando ambos integrantes de la pareja se ponen a cuenta se dejan de amar. Esto provoca una pelea financiera entre los sujetos, porque se espera más del otro y porque se empieza a sentir que el “valor” personal no está siendo suficientemente reconocido, ni “reembolsado”.

¿El fin de la cuenta en común?

El 75% de los individuos mayores de 65 años tienen una cuenta mancomunada, el 47% de los individuos de 25 a 34 años mancomunan sus rentas. Solo el 27% de los individuos de 18 a 24 años adoptan este modelo económico. Actualmente un tercio de las uniones terminan en divorcios, por lo que cada integrante de la pareja quiere asegurar su independencia. Sobre todo, en el caso de las mujeres es importante que puedan mantenerse solas luego de la ruptura.
Florence Mottot

¿Refugio, capullo o compañía? Una pequeña tipología de las parejas

Refugio, capullo, sociedad, compañero, paralelo…. Existen, según los sociólogos, cinco tipos distinto de funcionamiento conyugal. ¿Cuáles son sus caraterísticas?

· El estilo refugio. Dentro de este tipo de unión, las reivindicaciones de autonomía de parte de uno o de otro integrante de la pareja son muy débiles. La pareja busca la fusión. Los conflictos son evitados al máximo, haciendo uso mayoritariamente de los consensos. El rol de cada integrante de la pareja se da de manera tradicional, según el sexo de cada uno. La mujer pertenece al ámbito privado (familia, seguridad), mientras que el hombre tiene la figura del representante del matrimonio en el ámbito público.

· El estilo capullo. Comodidad y seguridad psicológica son los mayores objetivos de este tipo de unión conyugal. Cada uno de los integrantes de la pareja privilegia y actúa con ternura y calma a manera de protección mutua del exterior. El círculo de amigos es estable, las parejas salen poco y les interesa todo lo relativo a los hechos económicos y sociales. Comparten el gusto por la fusión, al igual que las parejas del estilo refugio. Sin embargo, en este estilo de unión, los roles femeninos y masculinos están menos diferenciados.

· El estilo sociedad. La relación encuentra su equilibrio en la negociación y la comunicación. El objetivo de esta unión es la autonomía de la cada integrante de la pareja, cada uno nutre a la pareja con sus experiencias individuales. Las dos personas aman viajar, explorar y descubrir. Este tipo es particularmente frecuente en las uniones sin hijos.

· El estilo compañero. Este tipo de pareja se apoya, al mismo tiempo, sobre la fusión y la apertura al exterior. Ambos integrantes de la pareja tienen la necesidad de dividir las actividades, las pasiones, los intereses, pero están atentos a la vida social, salen seguido y tienen muchos amigos. El poder de decisión está repartido equitativamente entre ambos.

· El estilo paralelo. La unión de la pareja se encuentra en la complementariedad. Las funciones de los integrantes de la pareja son muy diferenciadas: el hombre tiene el poder de decisión, la mujer tiene una figura de apoyo. Los integrantes de la pareja tienen ideas y actividades distintas que se comparten poco. Son muy indiferentes a los sucesos del exterior. Seguridad y orden son los valores más representativos.

Según este estudio, son las parejas del estilo compañero las que se declaran las más satisfechas con su relación.

Florence Mottot

¿El hijo como cimiento de la pareja?

El riesgo de una ruptura es muy importante para las parejas que no tienen hijos. Si la presencia de un bebé protege a las parejas de separarse, esto no se mantienen cuando los niños alcanzan los 4 años de edad, ya que la pareja corre un riesgo similar de separarse al de las parejas sin hijos.

¿El número de hijos determina la solidez de la unión? Todo evidencia que así sería. Cuando el último hijo tenga más de 6 años, la presencia de 2 hijos reduciría en un 16% el riesgo de separarse. Mientras que la presencia de 3 hijos reduciría este riesgo en un 19%.

“Una de las maneras clásicas de mantener a la pareja unida es tener 2 hijos, ya que permite repartir las alianzas”, afirma Alain Valtier, psicoanalista y psicoterapeuta. Cada integrante de la pareja puede concentrar su atención en uno de los hijos, creando así un equilibrio que puede persistir en el tiempo.

Cuando se tiene un tercer hijo, puede ayudar a paliar una falta de proyecto común para la pareja. Este será “el símbolo del establecimiento definitivo, punto del que no hay regreso”, explica el psiquiatra Jacques-Antoine Malarewicz.

Florence Mottot

La pareja heterosexual: ¿Un dúo imposible?

Es muy conocido que los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus. Las teorías de la psicología evolucionista están lejos de integrarse al mundo científico. Esto no impide que las investigaciones de esta rama se multipliquen al punto en que nadie los puede ignorar. Son éstas las que, apoyadas en la neurobiología, avanzan hacia la radical diferencia entre ambos sexos, debido a una diversa producción de hormonas- testosterona para ellos, estrógenos para ellas.

La neurobióloga Lucy Vincent se pregunta ¿Qué hace que la vida de la pareja pueda existir cuando ella es coqueta, dulce y limpia y él competitivo, agresivo y capaz de hacerse sentir? Bueno, todo se lo debemos simplemente al amor. Así es, ese que dio muerte a Romeo y Julieta y que provocó la Guerra de Troya cuando Paris vio a la bella Helena. Ese amor que da un golpe en el corazón y derriba montañas, nos vuelve sordos y ciegos y nos deja sin raciocinio alguno. Sin embargo, éste puede equivocarse.

El amor, dice Vincent, es una picardía de nuestro cerebro para aniquilar, por un tiempo, la simple diferencia entre los dos sexos y establecer una tregua necesaria para la urgencia de la reproducción. La responsable de esto es la amígdala cerebral que filtra nuestros juicios y condiciona nuestras reacciones. Ella borrará todos los juicios negativos con el fin de producir, gracias a la dopamina, una estimulación positiva y recíproca del sistema emocional de ambos integrante de la pareja.

Pero, dicen los neurobiólogos que el amor no se persiste para siempre. Dura de 3 a 4 años, después de los cuales, debido a una disminución de la tasa de dopamina, se instala el aburrimiento. Es probable que ésta sea la razón de la existencia de tantas separaciones. Sería muy interesante llegar a entender por qué tantas parejas pueden permanecer juntas una vez que el amor acaba. Si la respuesta puede ser un poco más matemática que poética, se puede decir que es probablemente se pone algo de analgésico sobre el corazón, ya que según los sociólogos y psicólogos, la pareja puede llegar a durar en el tiempo cuando la pasión da lugar a una suerte de vínculo logrado en base a la complicidad y a la costumbre, sin dejar de lado el respeto mutuo, que garantiza a cada uno el reconocimiento de su identidad.


Martine Fournier


Algunos se creen Peter Pan

León se niega a participar en las tareas domésticas propias de la vida en pareja: “Es adecuado para las parejas jóvenes hacer eso. Nosotros ya estamos viejos”. Zoé, cuenta con un tono cansado: “Cuando él se hecha en a cama, agita el cubrecama para echar aire”.

La vida conyugal no está exenta de generar pequeñas irritaciones. El amor nos deja ciegos por corto tiempo, aunque puede prolongarse. Gritarle a quien no ha cerrado bien la pasta de dientes es un ejemplo de la dificultad que existe para adaptarse al “sistema de mundo” del otro, una vez que la idealización ha terminado.

“El compañero conyugal queda siempre como una persona extraña y diferente, a pesar del trabajo de integración diario”, afirma Jean Claude Kaufmann. En parte, porque parece que cada uno reproduce en la pareja sus recuerdos, su educación y su idea de lo que debe ser. Y, porque hombres y mujeres no tienen las mismas expectativas en materia de la vida en común. “las mujeres esperan más de la relación a título personal y ellas son las primeras en organizar las cosas, sufriendo la carga mental del resultado”, observa Kaufmann.

Daniel Welzer-Lang comenta que las presiones domésticas son vividas como “órdenes en el ejército” y estipula que la evaluación de lo que debe ser y del orden difiere de un sexo a otro. El hombre tiene una actitud reparadora, él limpia “cuando ve y siente que algo está sucio”. La mujer tiene una actitud más preventiva. Ella, por ejemplo, organiza metódicamente los cambios de sábanas y de ropa. Esto da lugar a conflictos inevitables.

Esto es la obra de algunas mujeres, analiza Kaufmann, ya que sienten sentimientos difusos de tener el proyecto de un “hombre-niño”. “Yo le pido que haga los mandados, le escribo una lista detallada (qué área, señalamientos para evitar daños) y en promedio, un cuarto de los mandados los hace mal o los cambia”.

¿Existen muchos Peter Pan? Pierre Bourdieu reconoció en 1990 la capacidad de los hombres para sacarle provecho a la compasión maternal de las mujeres. Para Kaufmann, el hombre juega en la pareja “la ideología del relajamiento”. Es lo máximo ser cool, no tomar nada en serio. Las mujeres, por su parte, sienten la presión de dejar el mundo infantil para vivir de manera seria y una razón para hacerlo se la deben a su reloj biológico.

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