lunes, 16 de marzo de 2009

Amor y cuidado


Un día de noviembre de 1996 conocí a mi bebé; un niño muy inquieto que no paraba de llorar, lo cual me asustó mucho, pero con el tiempo supe controlar mis temores como nueva mamá.
En sus primeros años jugábamos mucho durante horas. Y no sé cómo, pero llegó un día en el que me di cuenta que sus gritos dominaban a todos en la casa, logrando llamar la atención y consiguiendo de forma inmediata lo que deseaba.
Ahí es cuando decidí enseñarle a comer sentado en su silla, a dormir a la hora establecida y a que no se levanta la mano. Se me partía el corazón cuando le decía que no, porque ponía una carita muy triste, hacía puchero y lloraba, pero resistía porque quería que fuera un niño bueno y educado.
Cuando empezó el colegio, sentí temor de que vaya solo y quería ir con él, porque pensaba que su mundo era yo. Ahora que tiene casi 12 años, veo con claridad que poco a poco empezó a tener otro mundo, a hacer cosas que no sé, a reírse de cosas que no conozco y a pensar que lo sabe todo. Siento miedo de que crezca y se enfrente a tantas situaciones nuevas, pero solo puedo ayudarlo y cuidarlo para que sea un adolescente sano, bueno y feliz.
Con el tiempo, comprendí que quiero verlo crecer y para ello, debo ser paciente conmigo misma y entender que no puedo hacerlo todo. Deseo que aprenda a respetar las normas de la casa y el colegio para que le sirvan de base en su vida. Me gustaría que viva feliz y seguro; por eso trato, en lo posible, de explicarle cómo cuidarse en la calle, por qué no se puede ver televisión hasta muy tarde, por qué no se va al colegio con otro tipo de ropa que no sea el uniforme, etc. De esta forma, él aprenderá que decirle “no” significa amor y cuidado, tal como me lo enseñó mi madre.


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