domingo, 15 de marzo de 2009

Bebé prematuro

Tenía 28 años y mi esposo 35, era mi segundo embarazo. Nuestro primer hijo fue hombrecito, en ese momento ya iba al nido, los quehaceres en casa ya estaban mejor organizados y buscamos la pareja de hijos que planeábamos tener.

Fue un embarazo completamente diferente al primero, gané peso rápidamente, lo cual por supuesto no le agradó al ginecólogo, tenía un hambre desmedido, mi barriga creció a tal punto que el médico nos dijo que podrían ser mellizos. Llegué a aumentar hasta dos kilos y medio al mes y subí veinte kilos en total, quizás si hubiera llegado a los nueve meses hubieran sido más.

Llegando al octavo mes, en la oficina, sentí un hincón, honestamente pensé que eran gases, pero haciendo caso a las indicaciones del doctor y a mi esposo, salí del trabajo y fuimos a la clínica para que me aplicaran la inyección de hierro y de paso consulté sobre el dolor.

Llegué a la clínica aproximadamente a las seis de la tarde, la obstetriz escuchó mi inquietud algo incrédula, pero al revisarme llamó al doctor inmediatamente. Me informó que tenía seis centímetros de dilatación, que la bebé estaba encajada y que el parto era inminente, en ese momento se me rompió la fuente, los dolores comenzaron y mi hija nació aproximadamente a las siete, así de rápido.

Este nacimiento, un mes antes de lo esperado, fue una maravillosa sorpresa, pero al mismo tiempo comenzaron nuestros temores, ya que sabíamos por experiencia familiar (dos sobrinos de siete meses), los peligros y cuidados que surgen con un bebé prematuro.

La bebé nació por parto natural, casi sin anestesia, completamente sana, pero con dificultades para respirar y le dio ictericia. Los días que estuve en la clínica solo pudimos verla a través de la incubadora. Me dieron de alta primero a mí y tuve que ir a casa con una pena indescriptible por tener que dejar a mi pequeña en la clínica por dos días más. Una vez todos en casa, nos sentimos más tranquilos y muy felices. Sin embargo, fue el inicio de los días más críticos y las noches interminables.

Mi pequeña nació con una talla de 45 centímetros y medio y pesó 2 kilos con 370 gramos, por éstas condiciones y en especial por la poca fuerza que tenía, se quedaba dormida rápidamente al mamar. No le fue posible tomar leche materna porque no succionaba y no podíamos contabilizar la cantidad de leche que estaba tomando.

Ante esto, se decidió darle fórmula de manera exclusiva, solo tomaba de 1 a 2 onzas por vez, por lo que requería ser alimentada con mayor frecuencia, comenzamos cada hora y media, día y noche. Fuimos incrementando la leche y disminuyendo la frecuencia de las mamaderas paulatinamente, conforme ella se desarrollaba. Nos tomó alrededor de tres meses llegar a un horario más ordenado.

Preferimos mantener a la bebé en un cochecito de paseo en nuestro dormitorio, rodeada de bolsas de agua caliente, alumbrada con un foco de luz artificial para prevenir la ictericia y con calefacción en la habitación, no la dejábamos sola nunca.
No podía recibir visitas, ni tampoco podía salir a pasear, su pediatra venía a casa para los controles, su desarrollo fue satisfactorio, pero lento.

Nuestra experiencia como padres de una niña prematura evolucionó, del temor inicial al trabajo con amor en equipo, que no solamente nos involucró a nosotros como padres y a su hermanito (el estaba encargado de recibir a las visitas y abrir los regalos que le traían a su hermanita y guardarlos para ella), sino a otros miembros de la familia, sobretodo en los primeros meses, ya que sin la ayuda invalorable de ellos no hubiera sido posible darle toda la atención y cuidado que requería.

Este trabajo en familia ha sido un elemento muy importante en la consolidación y reafirmación de los lazos familiares con aquellas personas que estuvieron a nuestro lado y a quienes nunca nos cansaremos de agradecerles.

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