domingo, 15 de marzo de 2009

Bullying

Uno de los grandes problemas que suscita este fenómeno es la grave dificultad que tenemos para detectar las agresiones que pueda estar padeciendo un adolescente por parte de sus compañeros. A menudo, este fenómeno pasa desapercibido o es mal interpretado por los adultos. De ahí que debamos observar atentamente para descubrir el proceso de victimización, basándonos, a veces, sólo en indicios poco claros o en rumores.

Se entiende por acoso escolar toda “acción reiterada a través de diferentes formas de acoso u hostigamiento entre dos alumnos/as o entre un alumno/a y un grupo de compañeros - cosa que suele ser más frecuente -, en el que la víctima está en situación de inferioridad respecto al agresor o agresores”.

Tipos

El maltrato entre compañeros puede aparecer de formas muy diversas. No solamente se manifiesta a través de peleas o agresiones físicas, si no que, con frecuencia, se nutre de un conjunto de intimidaciones de diferente índole que dejan al agredido sin respuesta.
El acoso escolar se divide en dos categorías:
  • Acoso directo: es la forma más común entre los niños. Peleas y agresiones físicas.
  • Acoso indirecto: suele ser más común entre las niñas y, en general, a partir de la preadolescencia. Se caracteriza por pretender el aislamiento social del individuo. Este aislamiento se consigue mediante técnicas variadas que incluyen: difundir rumores, rechazar el contacto social con la víctima, amenazar a los amigos, hacer críticas de la persona aludiendo a sus rasgos físicos, grupo social, forma de vestir, religión, raza, discapacidad, etcétera.
Por ello, el maltrato entre compañeros puede aparecer de formas muy diversas. Las más comunes son:
  • Verbales: tales como insultos, apodos, hablar mal de alguien, rumores, etc.
  • Psicológicas: amenazas para lograr algo de la víctima, para ejercer poder sobre ella.
  • Agresiones físicas: peleas, palizas, pequeñas acciones insignificantes pero que ejercen presión sobre el individuo al hacerse de forma reiterada, pequeños hurtos, etc.
  • Aislamiento social: marginación, ignorando su presencia y no contando con él/ella en las actividades normales entre amigos o compañeros de clase.
También se dan situaciones de maltrato por acoso de tipo racista, cuyo objetivo son las minorías étnicas o culturales. En estos casos, lo más frecuente es el uso de apodos racistas o frases estereotipadas con connotaciones despectivas. Igualmente se producen situaciones de acoso sexual, que hacen que la víctima se sienta incómoda o humillada. En los últimos años ha ido en aumento el acoso anónimo mediante el teléfono móvil o a través del correo electrónico con amenazas o palabras ofensivas

ACTORES O AGENTES DEL BULLYING

El maltrato viene asociado a una situación de dominio-sumisión y tiene un gran componente colectivo al ser un hecho conocido, en la mayoría de los casos, por otros compañeros, además de por los agresores y la víctima. Por otra parte, esta situación suele pasar desapercibida para los adultos (padres y profesores).

AGRESOR:
Factores personales, familiares y sociales: Las relaciones y sentimientos de los padres del agresor hacia su hijo son trascendentales, ya que modelan comportamientos que más tarde serán repetidos por él. La característica compartida por los agresores es la falta de empatía, es decir, la incapacidad para ponerse en el lugar del otro y la no creencia en que sus actos repercuten en otra persona que los siente y padece como un tormento. A menudo el agresor puede llegar a pensar que la víctima se lo merece, pues las acciones de éste le han provocado y han precipitado la reacción intimidatoria.

El matón, el agresor líder, a pesar de su impopularidad entre los compañeros de clase, consigue con sus actos que su posición en el grupo y su reconocimiento mejore, demostrando ante los demás que es fuerte al producir miedo y manifestar prepotencia en sus relaciones con aquellos que no pertenecen a su grupo. Al principio, el agresor se meterá con su víctima con malos tratos de intensidad baja; pero, conforme transcurra el tiempo y observe que su víctima carece de protección, irá aumentando la intensidad y frecuencia de los abusos, creando un círculo vicioso de agresión, un proceso de victimización, que de ninguna forma debe proseguir.
Factores relacionados con la cultura escolar y formación de grupos: De sobra es sabida la importancia que tienen los amigos, el grupo de iguales, para el desarrollo evolutivo de niños y adolescentes. En ocasiones este factor grupal refuerza la unión y consistencia del grupo a través de terceros, los chivos expiatorios, que sirven para reforzar los vínculos de amistad, clave en la preadolescencia y adolescencia. Por ello, el maltrato tiene el momento de mayor intensidad y frecuencia desde los 11 a los 13 años, si bien es en el arco de edad de los 12 a los 16 años donde mayor número de estudios se han realizado. El grupo de agresores a veces se constituye formalmente alrededor del proceso de victimización y actúa paulatinamente, creando una conciencia colectiva en la que la víctima es cada vez menos estimada y valorada, lo que favorece que las agresiones aumenten en cantidad e intensidad.
Por otro lado la actitud de la escuela y el clima de relaciones interpersonales y de respeto entre sus miembros es un factor muy importante. Las escuelas que permiten y favorecen que los alumnos comuniquen sus dificultades y en las que éstos se sienten escuchados, serán capaces de prevenir e intervenir cuando empiecen los hostigamientos. El agresor sabrá que existe una clara oposición a las acciones de prepotencia y agresión que quiera realizar.

OBSERVADORES:
El grupo de los observadores posee una influencia crucial en el curso de los acontecimientos; pues, en el caso de oponerse a las agresiones, los agresores perderán justificación y poder y tendrán que ejercer mayor número de agresiones a más víctimas o cejar en su empeño. El miedo a ser ellos mismos los atacados por los agresores sirve de barrera psicológica para irse separando paulatinamente de la víctima. Pero los observadores han de entender que es el parámetro moral compartido por todos ellos lo que les ha de unir, tanto si es a favor de los agresores como si optan por la víctima y ahí reside precisamente su fuerza para parar los hostigamientos y amenazas.

VÍCTIMA:

Factores familiares, personales y sociales: Si difícil es determinar el perfil del agresor, más difícil es precisar las características de las victimas, sin estigmatizarlo. Los factores familiares asociados a este perfil apuntan a la sobreprotección como causa primordial, que impide el desarrollo social del chico o de la chica conforme a su desarrollo evolutivo. Sin embargo, no todas las víctimas son iguales. El gracioso, el provocador y el molesto se sitúan en la fina línea que separa a la víctima del agresor, pudiendo representar ambos papeles.

Aún así, podemos trazar una característica compartida por las víctimas: su falta de competencia social, la cual se refleja en su carencia de asertividad; esto es, su dificultad para saber comunicar sus necesidades claramente y para hacerse respetar por los demás. Su situación de víctima refuerza su vulnerabilidad y le debilita socialmente ante los otros –ante el conjunto de los compañeros, no ya sólo ante sus agresores- y pierde popularidad paulatinamente entre sus iguales. A menudo su situación académica se deteriorará y sufrirá estrés emocional, que contribuirá a aumentar las dificultades de aprendizaje que se le presenten. El miedo y la sensación de incompetencia tanto como el sentimiento de culpa le impedirán comunicar sus dificultades a otros, pudiendo llegar a situaciones de depresión y a una importante falta de autoestima.

A pesar de todo lo dicho, debemos tener presente que puede acabar siendo víctima cualquier chico o chica que no tenga el amparo de sus compañeros. Ante los ojos del agresor, cualquier razón es suficiente para convertirse en víctima: los rasgos físicos, la indumentaria, la capacidad intelectual, la sensibilidad artística, los buenos resultados académicos, etc. En resumen, cualquier forma de diferencia, de distinción; cosa que es realmente preocupante, porque constituye el germen de la intolerancia y la insolidaridad.

Factores relacionados con la cultura escolar y la formación de grupos: La víctima, cuando comienzan a meterse con ella -a menudo a través de insultos, rechazos, apodos, etc.- irá perdiendo apoyos entre sus compañeros, pudiendo llegar a sentirse, incluso, merecedor de la agresión por algún problema personal que pueda o imagine tener. Si continúan los malos tratos, puede sentirse totalmente aislado de sus compañeros y sufrir un infierno personal.

Las escuelas conscientes de la diversidad de su alumnado están atentas a los componentes emocionales de sus miembros, trabajan la cooperación y el compromiso entre alumnos y reconocen la valía personal de cada uno de sus alumnos. Más allá de la competitividad y la búsqueda exclusiva de buenos resultados académicos, dichas escuelas estarán prestas a crear ambientes de confianza y escucha ante los conflictos entre alumnos. Las víctimas tienen que sentir que en su medio escolar se les apoya y que tienen derecho a comunicar su situación de indefensión. Las escuelas que trabajan la amistad, el buen clima en el grupo clase, la solidaridad y el respeto entre compañeros tendrán mejores estrategias para prevenir las situaciones de maltrato entre iguales.

CONSECUENCIAS

Algunos adultos pueden llegar a pensar que el maltrato entre iguales forma parte de la evolución natural (“los chicos tienen que hacerse mayores, tienen que hacerse fuertes y aprender a defenderse”). Pero la verdad es que es absolutamente indeseable, innecesario e inmoral tener que crecer y “hacerse mayor” de esta forma. La víctima se suele sentir sola, infeliz y atemorizada; perderá la confianza en sí mismo y en los demás y llegará a pensar que siempre va a estar en peligro y amenazada; incluso se sentirá culpable de lo que le pasa. Esto indica que está siendo limitada en su desarrollo personal, que carece de libertad y derechos ante los demás.
El maltrato produce estrés psíquico, lo que constituye un problema grave para la salud de la víctima, quien puede llegar incluso al suicidio en situaciones de desesperación. No obstante, los sentimientos más comunes son angustia, intranquilidad, miedo, falta de confianza, soledad y, en algunos casos, depresión.

En cuanto al agresor, su actitud puede suponer la antesala de conductas pre-delictivas en edad adolescente, pero sobre todo la creencia incorrecta de que se puede lograr poder y liderazgo mediante la imposición, la sumisión del otro y la prepotencia. Es muy probable que un chico que ha sido agresor en la escuela perpetúe las conductas violentas y agresivas en sus interacciones adultas.

PREVENCION

A veces los hijos callan su situación de indefensión por falta de comunicación con los padres, por vergüenza, por miedo a la forma en que éstos actuarán o por miedo a las represalias de sus compañeros si éstos averiguan que lo han dicho. Es, por tanto, muy importante generar confianza con nuestros hijos, para que se sientan seguros y sean capaces de contar con normalidad lo que les ocurre en el centro escolar. Aunque cada vez la vida se vuelve más acelerada, estamos obligados a encontrar tiempo diariamente para conversar con ellos y contarnos la marcha del día.
  • Si tu hijo o hija tiende a tener problemas con sus compañeros de clase o muestra falta de seguridad en sí mismo, recuerda: Busca la comunicación con él/ella desde edad temprana. Genera confianza desde la escucha y el acompañamiento. Comienza con temas cotidianos e intrascendentes; esto favorecerá la comunicación cuando haya algo que realmente le preocupe.
  • Dedícale a tu hijo el mayor tiempo posible. Cuanto más tiempo le dediques se sentirá más importante e interiorizará que para ti el estar juntos es más valorado que otras cosas.
  • A veces los chicos víctimas de sus compañeros encajan mal las bromas; ayúdale a saber llevarlas y a encauzarlas correctamente. Enséñale a dar respuestas alternativas a su forma habitual de responder a aquello que le resulta incómodo. Dile que puede dar contestaciones elusivas, manifestar su desacuerdo sin enfadarse o irse a otra parte cuando el ambiente se haga demasiado tenso.
  • Refuérzale la autoestima valorando sus buenas cualidades y potenciándoselas.
  • Dale apoyo y seguridad con tu presencia y tu escucha, muestra interés por sus necesidades.
    A la vez, intenta que se desarrolle todo lo posible por sí mismo. No le sobreprotejas, permítele que afronte los dilemas y conflictos con sus compañeros de acuerdo con sus capacidades. Mantente cercano e intervén si consideras que puede correr algún riesgo importante.
  • Enséñale a defenderse con la palabra y a exponer con decisión aquello que le esté causando desasosiego. En caso de peligro, señálale que debe buscar protección en otros compañeros o en los adultos y que no ha de correr riesgos innecesarios. Si está solo se hace más vulnerable a posibles agresiones.
  • Indícale que no lleve objetos costosos o muy llamativos al colegio (móviles, juguetes caros, dinero, ropa de marca, ect.), ya que estas cosas pueden causar envidia y propiciar robos o amenazas para conseguirlos.

Recuérdale que siempre ha de tener la suficiente confianza como para pedir ayuda a un adulto o un compañero si la necesita, pues siempre va a encontrar a alguien que le escuche y se interese por su situación.

SINTOMAS

A pesar de los buenos consejos, es habitual que la víctima no cuente lo que le pasa, por lo que deberemos estar muy atentos a los indicios que nos indiquen que algo extraño le ocurre. Éstos serían algunos síntomas a tener en cuenta:
  • Cambios en el estado de ánimo: parece triste.
  • Se muestra extraño y huidizo.
  • Parece nervioso; estado que se refleja en miedos nocturnos, micción en la cama, tics nerviosos, irritabilidad, etc.
  • Se muestra distraído, absorto en sus pensamientos, olvidadizo, asustadizo, etc.
  • Finge enfermedades o intenta exagerar sus dolencias: dolores de cabeza, de estómago, etc.
  • Presenta moratones, heridas, etc.
  • Rehúsa ir a la escuela, expone objeciones varias, simula malestar.
  • Falta al colegio y da explicaciones poco convincentes cuando se le pregunta el porqué o adónde fue.
  • No tiene amigos para su tiempo de ocio.

La manifestación de estas conductas no siempre se debe a situaciones de maltrato, por lo que es esencial charlar con nuestros hijos e indagar acerca de aquello que les puede estar ocurriendo. Aunque no siempre sea fácil charlar con un adolescente, pues sus cambios de humor, su deseo de intimidad y su rudeza en el trato -rasgos propios del proceso evolutivo por el que están pasando- hacen en ocasiones muy difícil la comunicación con ellos, los padres debemos emplear todas las estrategias posibles para hablar con ellos, si sospechamos que nuestro hijo está en situación de riesgo o padece maltrato.

¿QUÉ HACER?

Nuestro hijo o hija puede ser víctima, agresor u observador de una situación de maltrato. Si es víctima, desempeñará un papel pasivo; si es agresor, un papel activo y si es observador, su papel es igualmente activo o, al menos, permisivo, en cuanto su actitud refuerza la actitud intimidadora del agresor hacia la víctima.


En caso de que nuestro hijo esté involucrado en una situación así, debemos tener tranquilidad y, sobre todo, escuchar la información que hayamos averiguado sin trivializarla. En todo caso, podemos dar los siguientes pasos:


1. Escuchar y mostrar interés por el asunto, sin menospreciarlo. No debemos considerarlo “cosa de chicos”.
2. Indagar si realmente ha ocurrido lo que nos cuenta y no es fruto de su imaginación.
3. Ponerse en contacto con la escuela y solicitar la intervención y cooperación del profesorado.

SI NUESTRO HIJO ES VÍCTIMA


Deberemos averiguar si realmente se está dando la situación de maltrato. Observaremos los síntomas que puedan indicarnos lo que está ocurriendo y, en todo caso, debemos:

  • Actuar en cuanto tengamos confirmados indicios de que nuestro hijo está siendo agredido.
  • Apoyarle y darle compañía y seguridad de forma incondicional.
  • Expresarle nuestra confianza en él y en los cambios que se van a producir para mejorar su situación.
  • Solicitarle que nos cuente lo que le está pasando y asegurarle que siempre vamos a contar con él, que le vamos a consultar, antes de emprender ninguna acción.
  • Reforzar su autoestima elogiando sus capacidades personales.
  • Darle la oportunidad de que entable nuevas amistades fuera del centro escolar, en otras actividades donde pueda interactuar con chicos y chicas de su edad y crear vínculos de afecto.
  • Propiciar que amplíe su grupo de amigos del centro escolar, facilitándole actividades sociales en las que quiera participar.
  • Mantener una comunicación continua y fluida con el profesorado del centro escolar.
SI NUESTRO HIJO ES AGRESOR:

Algunas familias se sienten culpables cuando descubren que su hijo está actuando como agresor en situaciones de maltrato entre compañeros. Esto es debido a que el ejercicio del maltrato a menudo está asociado a familias desestructuradas o con problemas de relación y a la consideración de que el maltrato es un reflejo de la dinámica emocional de ese tipo de familias. Pero más allá del sentimiento de culpabilidad o no, es importante dejar muy claro que esta clase de conducta es inaceptable y que nuestro hijo debe cambiar y dejar de actuar así.

A veces, sin embargo, la agresividad de un adolescente no es atribuible a factores familiares y, por lo tanto, debemos observar si nuestro hijo presenta rasgos de tendencias agresivas. Debemos observar:
  • Si su actitud hacia los diferentes miembros de la familia es agresiva.
  • Si muestra conductas agresivas y violentas hacia sus amigos o si le hemos visto actuar de forma violenta en ocasiones.
  • Si es excesivamente reservado, si es casi inaccesible en el trato personal.
  • Si tiene objetos diversos que no son suyos y cuya procedencia es difícil de justificar.
  • Si a menudo cuenta mentiras para justificar su conducta.
  • Si parece no tener sentido de culpa cuando hace daño.
  • Si dice mentiras acerca de ciertas personas, mentiras que les pueden perjudicar y causar daño.
  • Si otros padres nos han contado que nuestro hijo agrede a otros niños.
  • Si percibimos que ciertos compañeros se mantienen silenciosos e incluso rehuyen la presencia de nuestro hijo.

Si observamos con cierta frecuencia varios de estos comportamientos en nuestro hijo es muy posible que pueda estar involucrado en situaciones de abuso. En tal caso:

  • Debemos actuar con urgencia y firmeza, manteniendo una comunicación y supervisión cercanas e indicándole con toda claridad que el maltrato no es lícito ni admisible y que se debe valorar el respeto a las otras personas como clave de la convivencia en la sociedad.
  • Como los agresores suelen desmentir la acusación que se les atribuye, no bastará sólo con preguntarle a él y a sus amigos, sino que deberemos indagar por otros medios para esclarecer los hechos y actuar inmediatamente, en su caso.
  • A pesar de ello, tenemos que hablar con nuestro hijo o hija, mostrarle nuestra disposición a ayudarle en todo lo éticamente posible e indicarle que, en caso de ser culpable de malos tratos, deberá asumir su responsabilidad.
  • Habrá que ayudarle a entender cómo se puede estar sintiendo la víctima y preguntarle cómo se sentiría él o ella si algo así le ocurriera. Tenemos que mostrarle confianza y apoyo para el futuro, así como valorar cualquier muestra de arrepentimiento que observemos.
  • Hemos de hablar con la escuela con toda rapidez. A nadie le agrada tener que comunicar a unos padres la conducta violenta de su hijo hacia otro compañero, por lo que debemos entender que los profesores tienen tanto o más interés que nosotros mismos en resolver satisfactoriamente el problema.
  • Es importante que mostremos sincero interés en que se averigüe la verdad y que nuestro hijo asuma su responsabilidad. Nos propondremos mantener un contacto cercano con la escuela de ahora en adelante, solicitar ayuda y consejo en el tratamiento conjunto de nuestro hijo y establecer una relación fluida con el tutor o, en su caso, con el Departamento de Orientación, que son quienes están más cerca de nuestro hijo.

A pesar de todo lo expuesto hasta aquí, los padres o tutores deberemos revisar no obstante los antecedentes educativos de nuestro hijo y la dinámica familiar, el tipo de relaciones que hemos establecido en nuestra familia, para rectificar aquello que pueda estar alentando la conducta agresiva del adolescente.

A grandes rasgos exponemos ahora algunas de las situaciones que puedan darse en determinadas familias:

Muchos padres y madres prefieren que sus hijos sean algo agresivos y extravertidos a que sean tímidos y poco expresivos. Incluso pueden llegar a pensar que las personas dominantes y agresivas tienden a ser más felices que los otros, puesto que esto les asegura que sabrán valerse por sí mismos en la vida. Así, se entiende que una personalidad altamente competitiva en la escuela, en los deportes, en los grupos sociales, etc. tendrá su recompensa. Si bien se subestima que una personalidad de este tipo puede ser tan mala para quien la ejerce como para aquellos que la sufren y que es un claro abono para el maltrato y el abuso de poder.


Por otro lado, algunos chicos y chicas agresores están viviendo contextos violentos dentro de la familia, siendo ellos a su vez víctimas en su entorno familiar. La agresión familiar puede provenir de abusos ejercidos por otros hermanos, por el padre o por la madre, abusos que frecuentemente consisten en castigos corporales y gritos o insultos continuados. En otras ocasiones los hijos rechazados, no deseados o faltos de atención y afecto por parte de los adultos pueden maltratar a sus compañeros, como mecanismo de respuesta a su propia situación personal.


Puede haber falta de comunicación entre los miembros de la familia y la interrelación ser mala o inexistente. Cada uno tiende a satisfacer sus propios intereses y se comparten pocos tiempos comunes. Los padres no supervisan suficientemente lo que hacen sus hijos y no han marcado con claridad los límites.

De igual modo, las familias altamente autoritarias predisponen a los jóvenes hacia comportamientos agresivos. Pueden haberse producido cambios de diferente índole en la familia (nuevo domicilio, muerte repentina de un familiar muy querido, ruptura del matrimonio, etc.) que hayan producido inestabilidad en el adolescente y una reacción adversa.

SI NUESTRO HIJO ES OBSERVADOR:

Si nuestro hijo está viendo lo que le ocurre a un compañero, se convierte en espectador, en observador. En tal caso hemos de tener en cuanta que el papel de los observadores es esencial para que cese el maltrato. Si el conjunto del grupo clase entiende el problema y actúa conjuntamente para apoyar al compañero que está siendo tratado y agredido injustamente, tomando una postura firme y en grupo ante los agresores, el maltrato cesará. Sin embargo, por desgracia, este nivel de concienciación social se consigue sólo cuando la escuela trabaja en ese sentido con diferentes estrategias y cuando el contexto social también es crítico con este tipo de acciones. El mensaje transmitido por los adultos no puede centrarse nunca en eximir de culpa o en justificar los malos tratos, apelando a la ética del más fuerte.

Si nuestro hijo es consciente de lo que está ocurriendo, debemos hacerle saber que no hay justificación posible, que los conflictos se deben abordar desde el diálogo y la comunicación y que deben mostrar su discrepancia con dichos actos y, en ningún caso, reforzar la conducta de los agresores con risas y complicidades.

Hemos de apoyarle en su camino hacia la madurez y reforzar su ética personal, que está en plena formación, enseñándole que es justo ayudar a la víctima con su testimonio e informar del abuso al profesorado cuando sea necesario. Es preciso que les enseñemos a romper la conspiración del silencio y a dar cabida a la posibilidad de contar, cuando se observen injusticias entre compañeros. El silencio, tan fuertemente instaurado entre nuestros niños y adolescentes, se basa sobre todo en etiquetar de “soplón” a quien manifieste públicamente lo que está acaeciendo, entendiendo que actúan desde la cobardía y la traición. Así se impide que salgan a la luz los hechos de maltrato.

Hay que romper esta imagen social de quien tiene la valentía de decir a cara descubierta la injusticia que se está dando en el seno de la clase o del grupo de amigos. Es necesario que nuestros hijos e hijas aprendan a que aquello que se valora, que lo que se cree hay que defenderlo y que el respeto de unos hacia otros y la convivencia son valores necesarios e insustituibles para todos nosotros y para la sociedad en general.

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